Jesús
Cacho se pone duro en su artículo de Vozpópuli, “Las mentes
vacías, las neveras llenas”, y saca a colación a José María Gil Robles y a Manuel
Azaña en lo referente al devenir histórico de España y a su fragmentación
en nacionalidades y regiones, “donde la Constitución establece unos mecanismos
de relación entre los poderes del Estado que acabarán porque no exista en
España una democracia sino una partitocracia, es decir, el triunfo de los
partidos políticos, equivalente de hecho al triunfo de la minoría que mangonea
esos partidos a base de una mayoría de diputados sumisos y transigentes, y una
opinión pública totalmente marginada” (Gil Robles). “Sin auténtica separación
de poderes –señala Cacho-, la corrupción ha sido el pedernal que ha ido
desgastando los perfiles de una democracia anémica y mal servida por la
ausencia de instituciones y organismos de control independientes del Ejecutivo,
capaces de haber metido a tiempo en la cárcel a los grandes ladrones.
Corrupción del felipismo y corrupción no menor del rajoyismo. Majestuosa
corrupción en el caso de Juan Carlos I, la mancha de aceite
que desde lo más alto salpicó a toda la sociedad”. De la misma manera, las
Comunidades Autónomas, esa parte integrante del Estado, que dijera Azaña, ha
sido caldo de cultivo para la aparición
de caciques locales que, como bien se señala Cacho, “picotean en el cuerpo
exangüe que nuestra desacreditada partitocracia,
donde acude ahora toda clase de cuervos ávidos de sacar tajada. Justo castigo a
la socialdemocracia, de derechas y de izquierdas, que ha gobernado este país
desde la muerte de Franco y que se ha mostrado incapaz de
regenerarse desde dentro. Caciques locales, como los de Teruel Existe,
lugareños avispados dispuestos a labrarse un futuro sobre las aspiraciones de
la pobre gente olvidada, ajena al cogito ergo sum. [Descartes. Discurso del método: “Pienso, luego existo”.] Epígonos del
cántabro Revilluca encantados
con la idea de hacerse famosos sobre los tablaos de Telecinco y La Sexta.
Detrás de los de Teruel vienen los caciques de Soria, los de León (“Si todo el
mundo tiene su chiringuito, León tiene más derecho que nadie”), los de
Cartagena (contra Murcia), los de Linares (“Jaén nos roba”), los del Bierzo y
los que caigan. Todos dispuestos a unirse al cortejo que encabezan los
separatismos catalán y vasco, enemigos de la unidad y la igualdad entre
españoles”. España en almoneda”. La España vaciada ha servido de excusa
perfecta para la “aparición en tromba de buscavidas” de todo pelaje dispuestos
a poder servir de bisagras si fuese menester a mayor gloria de los líderes de
los partidos consolidados. Son, digo, como esos peones de la cuadrilla que
tapando con el capote la visión del toro, llegado el caso, salvan al maestro de
terminar en la arena como el pobre Manuel Granero por la embestida en 1922
de aquel toro del duque de Veragua (asesinado
durante la Guerra Civil), de nombre Pocapena, como narró Hemingway en su novela “Muerte en la tarde”.
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