Leo en La
Vanguardia que “España abandona el carbón”. Esa noticia pondrá muy
contentos a los niños en las futuras visitas de los Reyes Magos. “¡Se acabó el carbón!” es una vieja expresión que
equivalía a decir que “se acabó lo que se daba”. Se cuenta que un carbonero de
Madrid, al comienzo de la guerra civil, puso un cartel en la puerta de su
negocio que decía: “Se acabó el carbón. A partir de ahora, leña”. Todos sabemos
cómo acabó aquello. Lo cierto es que el carbón hace referencia a Krampus, el hermano malo de Santa Claus, un personaje flaco que
salía a la calle con una vara para castigar a los niños que no había
descubierto a su hermano, el caníbal Krampus
veinte días antes. Lo que sucedió fue que Washington
Irving y la empresa de Coca Cola
cambiaron el personaje y su ropa, que del verde pasó al rojo, y aquel hombre
flaco se convirtió en un viejo bonachón que iba a bordo de un trineo. El carbón
que se entregaba a los niños era el que más tarde iba a ser utilizado para el
fuego de la caldera de Krampus donde esos niños iban a ser cocidos y devorados
sin contemplaciones. En los cuentos infantiles de Grimm, las brujas les apretaban a los niños los brazos para ver si
ya estaban tiernos para hacer con ellos un guiso. En España, esa tradición maléfica
austríaca se suavizó con las figuras de los Reyes Magos, unos personajes de
piel blanca, negra y amarilla, como los habitantes de los tres continentes
entonces conocidos, que llegaban desde Oriente para entregar regalos a los
niños que la noche anterior habían colocado sus zapatos en la ventana del
dormitorio. Pero la tradición de los regalos en la fiesta de la Epifanía parte
de la época romana y de las Saturnales, entre el 17 y 24 de diciembre, en honor
a Saturno, dios de la Agricultura. Esas fiestas terminaban el día 25 de diciembre
con la celebración del Sol Invictus,
cuando las horas de luz solar comenzaban a crecer. Los cristianos copiaron la
fórmula, haciendo coincidir tal fecha con la del nacimiento del Nazareno. La tradición de santa Claus
tuvo su origen en Turquía, a finales del siglo III, cuando un niño de nombre Nicolás se quedó huérfano y heredó una
gran fortuna de sus padres. Años más tarde, el menor se convirtió en un
sacerdote que destinó parte de su fortuna a ayudar a niños y desamparados.
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