Aquí todo vale. Ahora resulta que se va a subastar
la última pajita de plástico de la empresa McDonald’s
metida dentro de un cuadro. Las pajitas de plástico dejarán de usarse en
esos establecimientos de comida rápida el próximo 24 de febrero. De ahí su valor
simbólico. Será cuestión de rebuscar en cajones de cocina y desvanes por ver si
aparecen esos adminículos culinarios que ya son historia. Por ejemplo, aquellas
llaves con ranura incorporada para abrir latas de conserva; los viejos sifones
de cristal tan peligrosos si no llevaban forro; las arcaicas botellas de coca-cola con el nombre estampado en el
vidrio; las ruedecillas con borde zigzagueante y mango para sellar empanadillas; las viejas
máquinas caseras de capolar provistas de manubrio; las cajas de cerillas; los
coladores de café de puchero en forma de capirote; las tarteras de barro; el
almirez de cobre; el molinillo de café con manivela; la marmita de hierro
estañado; o el peso heredado de la madre de la bisabuela, que no tenía como
unidad el gramo, donde resulta que al pesar kilo y medio de harina nos vemos
obligados a tener que consultar la “Aritmética
razonada”, de José Dalmau Carles
(de texto en las escuelas Normales y de Comercio por R.O. de 11 de febrero de
1897), etcétera, donde compruebo que en Zaragoza, que es donde resido, el
quintal equivalía a 4 arrobas; la arroba, 36 libras; la libra, 12 onzas; la
onza, 4 cuartos; y el cuarto, 4 adarmes. En el resto de España, los pesos y
medidas cambiaban según la provincia. Vamos, un lío. Menos mal que yo sigo
conservando un ejemplar de aquella “Aritmética
razonada” que adquirí en una librería de Bilbao en 1966, por recomendación
de mi abuelo materno, que sabía mucho de cuentas.
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