sábado, 18 de enero de 2020

El asno de Buridán



Trihalometanos en el agua de grifo,  arsénico en el arroz…  Al final va a resultar que comer y beber, aunque sea agua, es fatal para la salud. Tal estado de cosas me recuerda lo que me contaba un amigo baturro, de aquellos de cachirulo en la cabeza, respecto a una de sus acémilas que le ayudaban en las faenas del campo: “Cuando se olvidó de comer, se murió”. Es decir, algo parecido a lo que le ocurrió al asno de Buridán (aquel teólogo escolástico discípulo de Guillermo de Ockham, defensor del libre albedrío)  sobre aquel pollino que no sabía distinguir entre un montón de heno y un cubo de agua y que, en consecuencia, terminó muriendo de sed. Cualquier día nos contarán los expertos en nutrición que echarse a la andorga un cocido madrileño es malísimo para la salud y que llevarse a la boca un trozo de tortilla de patata con cebolla los sábados por la noche o los jueves al mediodía termina produciendo no sabemos qué misteriosa dolencia. ¿Por qué precisamente los sábados por la noche y los jueves al mediodía? Sencillamente, por reducción al absurdo. Decía el ilustre endocrinólogo Gregorio Marañón que el cocido madrileño salvó durante la larga posguerra más vidas que la penicilina. Pero no pasa nada, de algo habrá que morirse.

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