viernes, 7 de agosto de 2020

San Roque con mascarilla



He visto el cartel de las fiestas de san Roque de Calatayud. El santo lleva la mascarilla puesta. Lo que ya no sé es si su perro (Melampo,  Rouna,  Guinefort, o Gozque, que todos esos nombre se le atribuyen al can que le acompaña en los altares) estuvo alguna vez vacunado contra la rabia y la leishmaniosis. Supongo que no, que por aquellos años los perros que carecían de tarjetas sanitarias y la vacuna no se había inventado.  Tampoco se ha ingeniado hoy la vacuna contra la covid-19, que lleva camino de convertirse en una plaga bíblica en toda regla. Necesitamos a san Roque ahora como lo necesitaron los apestados entonces. También él quedó huérfano a los 20 años, cuando tenía previsto hacer  una peregrinación desde Montpellier hasta Roma para visitar santuarios. Fue entonces cuando apareció la peste septicémica que le quebraron sus planes turísticos. En Plasencia (en Emilia-Romagna, cerca de Bolonia) se infectó y su cuerpo quedó maltrecho y lleno de úlceras. De aquello ya ha pasado mucho tiempo. En la actualidad, san Roque es uno de los tres patrones de los peregrinos, junto a san Cristóbal y san Rafael. Aquella peste alcanzó al 60 por ciento de la población europea. Tanto es así que la Península Ibérica, que entonces contaba con unos 6 millones de habitantes se quedó reducida a 2 millones y medio, y los 80 millones europeos quedaron reducidos a 30 entre los años  1347 y 1353. (“La Peste Negra, 1346-1353”. La historia completa. Ole Benedictow. Akal, Madrid, 2011). Este año, por culpa del coronavirus no se celebrarán las fiestas de san Roque en la ciudad bilbilitana y en ninguna otra parte. Los tiempos no están para fastos ni  para subir procesionando los fieles devotos y una docena de peñas hasta el cerro empinado de la Sierra de Armantes donde se halla la ermita, construida en honor del santo en el siglo XVIII como promesa secular tras la epidemia que sufrió la ciudad en 1763. En su interior de se conserva una talla en madera policromada labrada por el artista bilbilitano Gregorio de Mesa. A ese escultor se atribuyen, entre otros trabajos, el Ecce Homo y la Dolorosa de la iglesia del barrio zaragozano de de Santa Isabel; el retablo de santa Marta en el trascoro de La Seo y  la  imagen de san Antonio de Padua en la iglesia de San Felipe y Santiago de Zaragoza. Falleció en la zaragozana calle de Contamina el 16 de marzo de 1710.

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