Un final inesperado
Manuel
Fuentes Rodríguez, Bocanegra,
mereció tener mejor suerte. Cordobés de nación, Manuel Fuentes tomó la
alternativa en el Puerto de Santa María el 31 de agosto de 1862, actuando de
padrino Manuel Domínguez, que le
cedió el toro Recobero, de la
ganadería del marqués de Tamarón. En
aquella famosa corrida fue cogido Domínguez y Fuentes se vio obligado a lidiar
cuatro toros. Confirmó la alternativa en Madrid el 5 de mayo de 1864 con Curro Cúchares de padrino. A partir de
entonces se convirtió en el mayor rival de su primo político de Rafael Molina Sánchez, Lagartijo. En 1870 padeció un principio
de ceguera que le impidió torear. Lagartijo corrió con todos los gastos de sus
operaciones y tratamientos. Pasado el tiempo volvió a los ruedos pero estaba
obeso y falto de agilidad. Pretendió volver a competir con Lagartijo, pero éste
se negó a compartir cartel con él al reconocer que Bocanegra ya no estaba
preparado para el toreo. Su última corrida tuvo lugar en Madrid el 16 de junio
de 1889. Lo normal hubiese sido que, a partir de entonces, llevara una vida
sosegada y viese los toros desde la barrera. Pero las cosas se le torcieron.
Cuatro días después de haberse cortado la coleta, el día 20 de junio, era la
festividad del Corpus. Bocanegra asiste a una corrida en Baeza con su sobrino,
el novillero Rafael Ramos, apodado Melo. En aquella corrida actuaban cuatro
toreros malagueños noveles. En el cuarto toro ocurrió lo inesperado. El toro
colorao Hormigón, de la ganadería de
Agustín
Hernández, sembró el pánico entre aquellos torerillos asustadizos.
El público, en medio de una monumental bronca, pidió a la presidencia que
Manuel Fuentes, allí presente como espectador, diese muerte al toro. Merlo,
lleno de valentía, saltó a la arena en el momento en el que el picador era
derribado de su caballo. Aquel equino desbocado dio un golpe a Merlo en la
cabeza que le hizo perder el conocimiento. De inmediato acudió Bocanegra e
intentó sacar al todo del caballo ayudándose de su sombrero. Bocanegra se vio obligado
a intentar refugiarse en el burladero. En aquella plaza no había barrera. El
exceso de gente fue causa de que Bocanegra quedase al descubierto. Fue entonces
cuando el toro le dio un arreón enganchándole por el muslo, sacándole hacia las
afueras y, una vez en el suelo, le dio otra cornada. Murió al día siguiente en
la misma ciudad de la cogida. José
Villegas Cordero, director del Museo del Prado entre 1901 y 1918, dejó plasmado
el velatorio de Bocanegra en su oleo “La muerte del maestro” (vendido en su día en 100.000 pesetas) y que
se conserva en el Museo de Bellas Artes de Sevilla.
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