Cuenta Andrés
Amorós en ABC que “cualquiera de nosotros ha podido comprobar que, en muchos hogares
españoles, no faltaban tres libros: la Biblia, El Quijote y un diccionario o
enciclopedia; los tres, muchas veces, en ediciones de cierto lujo, muy
ilustradas... y con claras señales de que nadie los había abierto nunca”.
Eran aquellos libros que los vendedores colocaban en el “puerta a puerta”. En muchas
casas solía haber otros: los que “regalaban” las cajas de ahorro en
determinadas ocasiones con motivo del Día del Ahorro si ingresaba el cliente
algo de dinero. Eran unos libros con tapas de cartoné y siempre referidos a la
región en la que aquellas entidades de ahorro tenían desparramadas agencias por
todos los barrios. Eran libros bastante bien editados pero que tampoco se
leían. Los poseedores de “los reyes de Aragón”, “Historia de la bandera
aragonesa”, “Los mantos del Pilar”, “Los castillos aragoneses”, “Zaragoza
antigua”, “Paisajes aragoneses”, “Aragón, pueblo a pueblo”, etcétera, dormían
en su estantería junto a la guía telefónica y el “Monitor”. No hubo casa que no
adquiriese por fascículos el “Monitor” a finales de los años 60 y comienzos de
los 70. Se trataba de doce tomos y un índice editados por Salvat y repartidos en 262 cuadernillos de papel satinado que había
que encuadernar en tapas duras de color marfil. Más tarde apareció la colección
rtve con un centenar de títulos y,
casi a la vez, otros libros más especializados (“El médico en casa”, “El
abogado en casa”…) y que, como afirmaba el químico Ignacio Flores en Diario de
Almería (14/03/2017) “había compradores que al mes y medio de
ojearlos u hojearlos se creían que ya eran doctos en la materia”. Ahora sucede
algo parecido pero con Google. No
exagero si les cuento que tengo una vecina de escalera de profesión “sus
labores” que sabe más de enfermedades que Gregorio
Marañón; de leyes, más que Fernando
Grande-Marlaska; de cocina, más que Pedro Subijana; y de mantos pilaristas,
más que Ignacio Tomás Cánovas, deán de la catedral de Tarazona. Todo está en
los libros. Sólo hay que molestarse en leerlos y quedarse con la copla.
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