viernes, 14 de mayo de 2021

El tenedor de "Salduba"

 


Hace mucho tiempo que nadie me invita a su boda, de lo que me alegro. Cuando eso acontece, tengo que mirar cómo me queda ese traje oscuro que sólo me pongo cuando voy de entierro, cómo estoy servido de corbatas, camisas blancas y zapatos, y nunca sé si acertaré con el regalo obligado, porque el hecho de dar dinero a los futuros contrayentes se me antoja como algo frío e impersonal. En cambio, si regalo una lámpara o un juego de cubiertos de acero inoxidable siempre sabré que en el nuevo hogar disfrutarán de algo que aporté a mayor gloria de los nuevos esposos. Por cierto, hace pocos días, limpiando un cajón descubrí un tenedor de postre de “Salduba”, aquel café zaragozano abierto en 1931 en la entonces Plaza de la Constitución (actual plaza de España)  que estuvo en activo hasta 1954, dato que no conocía y que descubrí leyendo el libro “Cafés de Zaragoza. Su biografía, 1797-1939” editado por la Institución Fernando el Católico, de la DPZ, y escrito por Mónica Vázquez Astorga. El tenedor de postre que conservo es de alpaca,  con horquilla de tres púas y forma redondeada.  Ignoro en cuántos ágapes habrá participado sobre blancos manteles y cuántos pedazos de tarta nupcial se habrán catado con ese utensilio. Da igual. De aquel viejo café zaragozano ya casi no queda ni el recuerdo. Salduba (Salduie) ya sólo queda documentada en los bronces de Botorrita, en un texto de Plinio el Viejo y en el mango de mi pequeño tenedor de postre con horquilla redondeada como el cuerpo de una mujer sobrealimentada y pintada en lienzo con ese realismo mágico que imprime en sus obras Fernando Botero. Cualquier día pondré ese tenedor dentro de un pequeña urna y se la donaré a Lourdes Plana Bellido, presidenta de la Real Academia de Gastronomía, para que tal reliquia pueda ser besada el día de san Pascual Baylón, patrono de los cocineros, por los ilustres académicos de la Real Oficina de las Tripas. No se me ocurre algo mejor.

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