martes, 18 de mayo de 2021

La barca de Caronte

 


Que Marruecos es un vecino incómodo es algo de libro. A España, por decirlo de alguna manera, le ha tocado bailar con la más fea la pieza más larga. Quienes peinamos canas todavía recordamos la Marcha Verde con un Franco moribundo y de cómo aquel Régimen en estado de putrefacción  optó por la postura más fácil, también la más cobarde, es decir, tomar las de Villadiego y dejar a los saharauis a merced de Hasán II. Pero aquello ya es historia. Lo que sucede ahora es que Marruecos se ha venido arriba, por decirlo en términos taurinos. Sustrajo en el archipiélago canario 200 millas de aguas territoriales pertenecientes a España y nuestros gobernantes, más afanados en corruptelas y desfalcos que en luchar por lo que era de España,  miró para otro lado. Como bien hacía referencia Enrique Arias Vega en El Español (8/12/2020), “la inmigración ilegal, hasta hace poco contenida por Marruecos ahora la ‘dirige’ hacia Canarias, como los 16.000 migrantes llegados las últimas semanas, la mitad de ellos del país alauí. La edad de los nuevos refugiados y hasta la forma física que exhiben muchos de ellos ha dado pábulo a considerarlos como infiltrados del propio régimen marroquí”. Y añadía: “Es una postura de confrontación, con un país que tiene 175.000 efectivos militares y que podría llegar a los 400.000 con la movilización de reservistas y otras fuerzas. Lo importante no es el hecho en sí, dada la abrumadora superioridad del ejército español, pero sí el indicio de un país que se ha convertido ya en el primer cliente armamentístico de los Estados Unidos. Y que, a mayor abundamiento, destina el 3,1% de su Presupuesto a cuestiones militares, frente a un menguante 1,3% de sus vecinos del norte”. Como también recordaba Antonio Papell  (Diario de Mallorca, 20/01/2021)  “todavía están frescos en el recuerdo de Mohamed VI los exabruptos de Rajoy contra Rabat y contra Rodríguez Zapatero en noviembre de 2010 cuando desmanteló con cajas destempladas a miles de manifestantes que se habían asentado en el campamento de Agdaym Izik en el Sáhara, al tiempo que arremetía contra la prensa española y expulsaba al corresponsal de ABC, Luis de Vega”. Por si todo ello fuese poco, a primeros de diciembre de 2020, el entonces director adjunto del Gabinete de Pablo Iglesias, Santiago Jiménez, recordaba a Sánchez que “España debía rechazar con firmeza la posición de hechos consumados de Estados Unidos en el Sahara Occidental”, tras el anuncio de Trump de reconocer la soberanía de Marruecos sobre ese territorio pasándose por el arco del triunfo el papel negociador de la ONU. El último detonante de esa crisis enquistada ha sido el ingreso hospitalario en Logroño del líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, con identidad falsa (Mohamed Benbatouche) afectado de  Convid y cáncer. Marruecos no atendió a razones pese a que la ministra de Exteriores, Aránzazu González Laya, precisara que “su ingreso era por razones estrictamente hospitalarias”. Marruecos “tomó nota” de lo que entendió como una actitud desleal de España, y  las represalias ya se están haciendo notar. Malo será que, por aquello de la Ley de Murpy, este feo asunto se le escape de las manos a Sánchez. De momento ya han entrado 6.000 inmigrantes al Tarajal y España aprueba la entrega de 30 millones de euros a Marruecos para que ese país contenga la oleada de desesperados aspirantes a pasar de un lado al otro el río Estigia en la barca de Caronte.

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