lunes, 11 de octubre de 2021

Excusatio non petita...


A veces alguien intenta justificar algo que nadie le ha pedido que lo haga. Suele ocurrir cuando aquel que intenta justificar a veces lo injustificable  tiene “rabo de paja”. Dicho de otra manera: “Excusatio non petita, accusatio manifesta”. Dicho pronto y claro: quien se excusa, se acusa. Así hoy, en su columna de El Debate, Alfonso Ussía señala que  “el rey don Juan Carlos no se ha quedado con un euro de los españoles”. Pero vamos a ver, señor mío, ¿qué ciudadano español ha denunciado que el Rey emérito se haya quedado con su dinero o le haya afanado su patrimonio? Hay insinuaciones que ofenden, oiga. Señalaba el diario El Mundo en 2013 –y yo sólo traslado al lector aquella información- que “don Juan de Borbón dejó al morir, hace veinte años, una fortuna de 1.100 millones de pesetas, incluidos 728 millones en cuentas de Suiza, de las cuales el Rey habría heredado 375 millones de pesetas. Las indagaciones llevadas a cabo por el [entonces] jefe de la Casa del Rey, Rafael Spottorno, sólo han permitido verificar que las cuentas fueron liquidadas entre 1993, año de fallecimiento del padre del monarca, y 1995, y que el dinero no se transfirió a otro lugar. Además, Zarzuela tiene la ‘convicción’ de que los albaceas de don Juan pagaron los impuestos hereditarios, aunque no ha conseguido recabar pruebas documentales que lo confirmen”. En La Voz de Galicia (05 julio 2013), a propósito de ese asunto, pude leer que “seguir el rastro a estas cuentas ha resultado un trabajo muy complicado, por los veinte años que han transcurrido desde que murió el padre del Rey, por la ausencia de documentos al respecto y, sobre todo, porque las entidades bancarias en que estaba depositado el dinero desaparecieron o fueron absorbidas por otras que a su vez cerraron. En el Palacio de la Zarzuela no hay papeles que se refieran a esas cuentas y todas las indagaciones las ha tenido que llevar a cabo Spottorno a través de entidades financieras suizas y sin que el Ministerio de Hacienda haya podido aportarle datos. No obstante, la Casa del Rey tiene la ‘convicción’ de que los tributos sí fueron abonados por los albaceas, en concreto por Luis de Ussía y Gavalda, conde de los Gaitanes, fallecido en 2005 y que fue quien llevó el peso de las gestiones sobre la herencia dentro del equipo de albaceas nombrado por don Juan de Borbón”. Alfonso Ussía sostiene en su artículo de hoy en El Debate que “al fallecer [Juan de Borbón] dejó una herencia valorada en 6 millones de euros, equivalentes a mil millones de pesetas”; es decir, 100 millones menos de lo señalado por El Mundo. Es posible que Alfonso Ussía vaya más acertado en ese montante si se considera que su padre, Luis de Ussía, había sido albacea testamentario de don Juan. En aquel testamento, los bienes que Juan de Borbón dejaba en herencia procedían de las ventas del Palacio de La Magdalena, en Santander;  Miramar, en San Sebastián; una parte de un edificio en la Gran Vía de Madrid; unos terrenos en Valsain  (Segovia); y la isla de Cortegada en el interior de la ría de Arosa, con una superficie de 54 hectáreas, casi en el estuario del río Ulloa y comunicada en la bajamar con Carril por el camino del Carro. En 1910 fue adquirida por suscripción popular para ser donada a Alfonso XIII. Pasó a formar parte del patrimonio de don Juan en 1958. Fue vendida en 1979 a la empresa Santiaguesa Cortegada, S.A. en su pretensión de construir una urbanización de lujo, pero la Xunta de Galicia la expropió (con un justiprecio de 1,8 millones de euros) y la convirtió en parque natural de patrimonio público. También señala hoy Ussía que “la Familia Real española cedió a los españoles su Colección Real –el Museo del Prado–, los Palacios Reales de Madrid, Aranjuez, El Pardo, La Granja de San Ildefonso, Riofrío, Los Reales Alcázares de Sevilla, La Real Armería, y el Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial”. Pues menos mal. Se no haber sido así, doy por seguro que todo ello lo hubiesen vendido, como hizo don Juan con las donaciones que los españoles habían hecho a su padre (que salió huyendo cobardemente) en inexplicables y vergonzosos actos de vasallaje. Algo que volvió a repetirse con el sátrapa Franco. El Pazo de Meirás  fue sólo un ejemplo de lo que nunca se debió hacer. Los españoles no aprendemos. Siempre tropezamos en la misma piedra. Somos crueles con el débil y deleznables con el poderoso. Y así  nos luce el pelo.

 

No hay comentarios: