sábado, 23 de octubre de 2021

El olor de la nostalgia

 


Gorigori, según la RAE, es la expresión coloquial con la que se alude eufemísticamente al canto lúgubre de los entierros. Lo que ya no sé es si el gorigori se canta en el “entierro de la sardina” y la comparsa de su séquito de plañideras en esa tradicional fiesta pagana que pone fin al Carnaval, o durante el “entierro de Genarín” en León, que tiene lugar en cada noche de Jueves Santo. Decía Manuel Martín Ferrand que en este país damos más importancia a los fastos que a la eficacia. Como aclaró el llorado periodista (en su discurso pronunciado al recibir el “Premio Mariano de Cavia” en noviembre de 2011) “los tres grandes poderes del Estado viven revueltos. Alguien dio por muerto a Montesquieu y parece que asistimos a sus pompas fúnebres”. Y todavía hoy, diez años más tarde, continúan sin entenderse Ejecutivo, Legislativo y Judicial en esa torre de Babel donde se confunde el esperanto con el arameo, la gimnasia con la magnesia y el culo con las témporas, que es una forma chusca de indicar dos términos incompatibles o alejados entre sí. En su artículo de ayer en El Correo de Andalucía, Antonio Burgos sentía nostalgia por ciertas marcas sevillanas desaparecidas, entre ellas la colonia “Gotas de oro”, que fabricaba en Sevilla el Instituto Español desde 1903 y cuyos frasquitos tenían forma de ánfora; y otra colonia vendida a granel, la “Farina”, que se vendía en la Casa de las Esencias, en la Plaza del Salvador, en el comienzo de la calle Cuna, esquina al callejón de Oropesa. Lo que ya no indicaba Burgos es si la tienda estaba situada era en los bajos, o en el tres cuatro ocho, segundo piso ascensor, como se reseña en la letra del tango “A media luz”. Los españoles somos muy de zollipos (sollozo con hipo), que, como escribe Alfonso Ussía hoy  (El Debate), “es el sollozo aderezado con un ataquito histérico”. No sé, quizás nos hemos quedado un poco débiles con la pandemia. Ya nada será igual.

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