lunes, 25 de octubre de 2021

Hombres de bien

 


En unas recientes declaraciones del ya exdiputado Alberto Rodríguez, éste señala que de haber tenido un apellido compuesto, no le habrían expulsado del Congreso de los Diputados. Y en su artículo de hoy en El Debate, Ussía cuenta que “de haberse apellidado Rodríguez de la Orotava quizá le habrían enseñado en su casa que no resulta edificante dar patadas a los agentes del orden. Y muy probablemente no sería de Podemos -ha dejado de serlo voluntariamente-, y estaría trabajando en Tenerife en lugar de vivir de gorra de los españoles en Madrid”; para un poco más abajo, en su artículo, decir que “yo [Ussía] tuve en mi juventud a un amigo con sus cuatro primeros apellidos compuestos que se alojó más de un año en la prisión de Carabanchel por un delito parecido al suyo, aunque penado con mucha más severidad. Y era pariente de doña Carmen Polo de Franco”. Gracias por la info. Yo voy más lejos si afirmo que un vividor de familia adinerada y de apellido compuesto (José María Jarabo Pérez-Morris) fue ajusticiado con garrote vil por haber asesinado a cuatro personas, una de ellas embarazada. Con anterioridad, había estado cuatro años preso en una cárcel en Nueva York por tráfico de drogas y pornografía y posteriormente expulsado de los Estados Unidos. La “hombría de bien”, como puede colegirse, no reside solo en aquellos que llevan apellidos compuestos rimbombantes y de haber añadido al convoy de su árbol genealógico más vagones por sus progenitores en el Registro Civil. Los apellidos compuestos dan mucha más vitola, que todo hay que decirlo, en las peticiones de mano, en las participaciones de boda donde se exige etiqueta, y en las esquelas de ABC, donde tras los pesarosos familiares que están deseando heredar  suele aparecer el nombre de una “fiel servidora” que nunca tiene apellido, ni simple ni compuesto, como es natural;  y que, junto a un anciano loro resabiado, lleva sirviendo en la misma casa  desde los tiempos de Ramoncita Rovira y su famoso cuplé “Fumando espero” en referencia a su humeante cigarrillo de cocaína. La diferencia entre ser un “hombre bueno” o un  “hombre de bien” es sutil, casi gaseosa, en las escalas de prejuicios manifiestos (forma tradicional de rechazo al exogrupo) en personas con un nivel de educación elevado, o sea.

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