domingo, 12 de junio de 2022

"Puente de Hierro"

 


Si bien este año no he visitado la Feria del Libro, eso no quiere decir que no me interese por las novedades literarias aragonesas del momento. Hace unos días comenté en casa que me gustaría leer “Puente de Hierro” (Pregunta Ediciones, Zaragoza, 2022) de Miguel Mena. Y mira por cuánto, hace solo dos o tres días recibía un paquete de Amazon con el libro dentro. No pude esperar a leerlo, me pudo la curiosidad y lo leí en dos tirones. Es un libro muy bien dosificado donde una mujer, Carmen, nos cuenta las peripecias de su vida, la saga familiar diseminada en el País Vasco, Cataluña, La Rioja y Castilla y León, su fracaso en los estudios de Periodismo, su licenciatura en Historia, sus inicios en los archivos del periódico El Día, primero,  en El Periódico de Aragón, después, hasta recalar finalmente en Heraldo de Aragón, ya casi al final de una  narración fluida que se discurre en el cauce de un  periodo turbulento en la reciente historia de Zaragoza. Es una novela pero a la vez un cronicón que comienza con la lucha ciudadana durante  la década de los 70 (a la que se había sumado el periódico quincenal Andalán) contra el derribo del Mercado de Lanuza una vez inaugurado el Puente de Santiago. El alcalde de entonces, Cesareo Alierta Perela (1966-1970) concibió la peregrina idea de ampliar el Paseo de la Independencia tirando todo El Tubo y, también, la construcción de una “Vía Imperial” que transcurriese  desde la Puerta del Carmen hasta el Ebro. Para alcanzar su objetivo era necesario derribar el bloque de casas existente entre las calles Cerdán y Escuelas Pías; y, además de ello, el Mercado Central de 1903. Lo primero se consiguió. Lo segundo, no. Curiosamente, durante mucho tiempo y en la esquina del Gobierno Civil estuvo colocada una placa de “Paseo de la Independencia” que nadie entendía. Pues bien, la novela termina con la Expo de 2008. Los supervivientes de aquella extensa y dispersa saga familiar deciden un día reunirse para trasladar  por carretera las cenizas de los parientes difuntos hasta Carbonera (La Rioja). En aquel encuentro, “Marisol es la primera en llegar; trae a tía Tere en una maletita con ruedas. Una hora después, Laura, con la tía Pili en sus brazos. Héctor nos espera en el portal, con la urna de su abuela en una bolsa con el anagrama de la funeraria…”. Recogen las cuatro urnas cinerarias, se ponen en ruta hasta Carboneras, toman una azada del maletero, cavan un agujero entre dos encinas y depositan las cenizas mezcladas de todos los difuntos. Pero de pronto, como había fiestas en el pueblo aquel 15 de agosto, comienza a escucharse el sonido de una charanga “con el dale que dale”. “Marisol me agarra de la cintura y empezamos a bailar. Laura y Esperanza dan palmas, ríen y se unen a nosotras…”. Mi sorpresa llegó en la lectura del libro a lo largo de las páginas 125 y 126, cuando Carmen habla con Roberto, uno de los redactores de El Día, ese diario de información camuflado en un polígono industrial de la carretera de Logroño. Que mi hermano apareciese en el último libro de Miguel Mena fue algo sorpresivo para mí, que añadío interés a la lectura. Por cierto, a Miguel Mena solo le conozco de vista. Ambos vivimos en la orilla izquierda del Ebro. Muchas tardes, frente a mi casa, observo cómo recoge de un autobús a su hijo, que ya le gana en altura. Ambos se abrazan con cariño y, como digo, los veo alejarse hasta que doblan la esquina. Se me antoja como un paseo hasta la cima del Moncayo aunque más breve, para toparse de frente con ese dios que siempre ampara.

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