jueves, 30 de junio de 2022

Termina junio

 


Termina junio y buena parte de la ciudadanía hace las maletas para marcharse de vacaciones al mar, a la montaña o a la casa del pueblo, si es que se posee casa en el pueblo, que no todos la tenemos. Y en ese medio rural, donde nunca pasa nada, vuelve el bullicio y se aparca la melancolía de los ancianos residentes. Es como si volviera la primavera y la bulla en sus silentes vidas, la que hubo antes de la diáspora y que les dejó lánguidos. Al pueblo siempre se regresa: de vacaciones por unos días o tras la jubilación, para quedarse hasta hincar el pico. Y los que nos quedamos en la gran urbe notamos el alivio de un menor tráfico rodado, más aparcamientos y parques más vacíos y con más bancos para sentarse a la atardecida, cuando el sol amaina y los gorriones, los pocos que van quedando, se agrupan en las acacias para pasar la noche sobre sus ramas. Es esa hora difusa en la que las urracas se llevan a sus nidos cualquier cosa que han visto brillar en el suelo. A las urracas les encanta el destello del oropel y el relumbrón, como les sucede a los horteras en los eventos. Por algo las urracas visten siempre de etiqueta. Los horteras, en cambio, se ponen el chándal desde la mañana hasta la noche, se sientan en un velador  junto a la cuneta de la carretera secundaria y dejan pasar las horas en la contemplación ensimismada de esos turismos que siempre pasan de largo. Y allí, acomodados y bebiendo sorbos de cerveza dejan la mente volandera con el recuerdo de otras vacaciones cuando podían permitírselo, en la arena de la playa con hijos pequeños haciendo castillos, transitando por un paseo con palmeras plagado de pequeños comercios con baratijas para encandilar a los turistas, o escuchando “…y mi Dulcinea, ¿dónde estarás?...” en la voz de Julio Iglesias a bordo de una golondrina de corto derrotero, en la que el patrón que timonea sin necesitar cartas de navegación ni libros de bitácora se siente descendiente directo de Rodrigo de Triana, el vigía que avistó dos horas pasada la medianoche y desde la carabela Pinta la isla de Guanahani. También los patrones de golondrinas tienen derecho a soñar despiertos.

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