miércoles, 1 de junio de 2022

Ecos de dulzaina

 


Vamos a empezar bien el mes de junio, ahora que parece animarse el turismo. Creo que ya he dado en el chiste para que los pueblos remotos salgan de su marasmo. Se trata de que los alcaldes y alcaldes pedáneos cobren una tasa turística importante a cada visitante que pretenda pernoctar en una casa rural, visitar sus ruinas celtibéricas, o acampar cerca del río. Pero esa tasa turística no debe ser lineal, es decir, igual para todos, sino que la cantidad a cobrar deberá ser directamente proporcional al aspecto de cada visitante. Es decir, si tiene aspecto de extranjero se le deberá cobrar más que si da la sensación de que el turista sea un currante de vacaciones, despistado y decidido a dar una vuelta por mover el utilitario con su mujer, su suegra y algún niño travieso. Pero con los extranjeros, sobre todo si hablan en inglés, no hay que andarse con contemplaciones. ¡Leña al mono!  Por lo común, aparecen por las calles del pueblo  robando paisajes con su cámara de fotos,  con riñonera, pantalón corto, calcetines negros y sandalias de color maleta. Tampoco los vecinos deben sentirse en la obligación de hacer performances para que los advenedizos se distraigan; verbigracia: jugar las mujeres a las birllas en la plaza de la iglesia y los hombres tirando la barra en la era. Tampoco deben, aunque ganas no les falte, amenazar al recién llegado con echarlo al pilón si no es capaz para beber vino directamente del porrón con el pitorro a treinta centímetros de sus labios. Por otro lado, ningún vecino tendrá obligación de ponerse el traje típico regional en un alarde de promover la extensión cultural, ni cantar “Pulida magallonera”, bailar el “bolero de Algodre”, o procesionar al santo patrón para que Dios aumente la caridad de enviar nuevos turistas por esos pagos y estimular la esquelética tesorería local. Por cierto, aprovechando que el río Tera pasa por Quiruelas de Vidriales, el “bolero de Algodre” se llama así por haber sido en Algodre donde los más viejos del lugar supieron explicar la tradición, hasta entonces desconocida, del bolero. Durante la posguerra se creó el grupo de la Sección Femenina, que durante un tiempo se dedicó, además de adoctrinar sobre la importancia del Movimiento, a recoger por los pueblos tradiciones, usos y costumbres. Al llegar a Villalube, y después de haber bebido agua de la fuente de Barzolema que mana de una bóveda de piedra, aquellas féminas hablaron a los lugareños de un bolero que hacía tiempo se cantaba y se bailaba, pero nadie supo descifrar su raíz. Se dirigieron también a Gallegos del Pan, en la comarca de Toro (que en el censo de Madoz contabilizaba 279 vecinos) y quien lo sabía y lo había bailado no quiso prestarse a tal cosa. La gente de la Tierra del Pan es muy suya. “El que baile bolero / tenga cuidado, / ay, ay, ay…”.

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