viernes, 3 de junio de 2022

Una efeméride

 



E
ntre Burgos y Briviesca existe un pueblo, Alcocero. En un cerro próximo, cercano al puerto de La Brújula, tal día como hoy, 3 de junio de 1937, perdieron la vida Emilio Mola y otros cuatro militares, al estrellarse el aeroplano bimotor desde el que “El Director” inspeccionaba la línea de combate en su avance hacia Bilbao. Cuando el ayudante de Franco entró en su despacho para comunicarle la desgracia, éste, sin  inmutarse, se limitó a contestar: “¡Qué susto me ha dado usted, creí que nos habían hundido el Canarias!”. Las muertes de Sanjurjo, ocurrida el año anterior, y de Mola, dejaron el camino despejado a quien más tarde ganaría la guerra y se convertiría en un sátrapa durante casi cuarenta años. Siempre hubo sospechas fundadas sobre aquel “raro” suceso. Un militar, que participó en la guerra y que llegó a ser general honorario, un día me contó que en los motores de aquel aeroplano destrozado por el impacto se encontró polvo abrasivo de óxido de aluminio, mezclado con espinelas, hercinita, magnetita y rutilo, componentes todos ellos del esmeril. No sé. El caso fue que para acallar cualquier tipo de maliciosa sospecha, Franco ordenó construir un fastuoso mausoleo en el lugar del accidente con la mano de obras de prisioneros republicanos, consistente en una torre de 22 metros de altura con un inmenso escudo con el águila de San Juan,  rodeado de pinos. El 3 de junio de 1939 recorrió Franco una carretera de tres kilómetros (desde la N-1) y muchas escalerillas hasta llegar al cerro acompañado de gran séquito. Hubo elogio funeral del general López-Pinto desde una tribuna colocada al efecto ensalzando la figura de ese general. López-Pinto fue el general que
en el verano de 1940, siendo capitán general de Burgos, acudió a recibir a un grupo de militares alemanes que visitaron San Sebastián y organizó diversos encuentros de confraternización con militares españoles que terminaron al grito de «¡Viva Hitler!», lo que provocó un escándalo diplomático con el Reino Unido y que el propio Franco montara en cólera; y que unos meses después, en octubre, también acudió junto a José Finat a la frontera franco-española para recibir a Heinrich Himmler, jefe de las SS al que durante su visita al macizo de Montserrat le robaron la cartera. Posteriormente, según dejaron plasmadas en la prensa fascista las crónicas de esa visita, “el lugar fue bendecido por el arzobispo de Burgos Pedro Segura, y tras celebrar una misa en el altar que se levantó bajo los cinco arcos con los nombres de los fallecidos junto al lugar en que fueron encontrados sus cuerpos, se colocaron cinco cruces mientras los cañones tronaban descargas de pólvora, el himno monárquico rompía el silencio y una escuadrilla de aviones cruzaban el cielo formando una cruz sobre sus cabezas”. Y al pueblo burgalés se le denominó Alcocero de Mola, en su honor. Más tarde, el 18 de julio de 1948, el dictador le concedió el Ducado de Mola con grandeza de España a título póstumo. Pero el ideólogo del levantamiento militar y traidor a la República, Emilio Mola, tuvo también una faceta de escritor. En 1940 se publicaron sus obras completas en un tomo que contenía cuatro partes:  “Experiencia en Dar Akobba” (África); una segunda parte titulada "Lo que yo supe", en la que contaba su paso por la Dirección General de Seguridad; una tercera parte titulada: "Tempestad, calma, intriga y crisis", donde se hacía referencia al derrumbamiento de la monarquía de Alfonso XIII; y una cuarta parte: "El pasado, Azaña y el porvenir", en la que ponía en evidencia los vicios y sus virtudes de las FAS tras la Reforma Militar promovida por Manuel Azaña durante su etapa de ministro de la Guerra. También parece ser que durante el periodo en la que Mola fue encarcelado y expulsado del Ejército (tres años, hasta ser amnistiado en 1934) además de escribir para seguir comiendo, cultivó su afición por construir juguetes y patentarlos.

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