jueves, 2 de junio de 2022

Un interesante retrato anamórfico

 


Lo malo que tiene visitar lugares o espacios cerrados, pongo por caso catedrales, sin un guía que te informe de ciertos detalles que a simple vista te pasan desapercibidos, es que te marchas de allí sin saber muy bien qué es lo que has contemplado. Reconozco haber visitado en varias ocasiones la catedral de Palencia, cuando las visitas a ciertos lugares de culto eran gratis, y nunca pude ver un raro cuadro que se conserva en el museo catedralicio, donde se accede a él por el claustro, referido a Carlos I. Tampoco me informó sobre ello ningún meapilas vigilante presente en el templo.Un  claustro, digo, donde lo primero que se ve al entrar es el lienzo de gran tamaño, “El martirio de san Sebastián”, de El Greco,  desnudo, atado a un árbol y con una flecha incrustada en su pecho. En la roca donde apoya la rodilla el santo está la firma de su autor. Pero no es mi deseo referirme a El Greco, suficientemente estudiado en la monografía de Manuel Bartolomé Cossío (“El Greco”, 1908) que no solo conoció los aspectos artísticos de ese autor sino que llegó a descubrir muchos cuadros escondidos y olvidados en sacristías oscuras de lugares remotos. Pues bien, en la última sala de ese museo hay un cuadro alargado, como una caja de madera, protegida por un cristal. Se trata de un retrato anamórfico de Carlos I, atribuido a Lucas Cranach, pintado en la primera mitad del siglo XVI. El rostro del monarca es imposible de apreciar a simple vista. Hay que observarlo arrimando un ojo a un agujero situado en la izquierda de esa caja. En un trabajo del palentino Juan Herrezuelo (“Prodigios ópticos”, 24/10/2013), también autor de la novela “El veneno de la fatiga”, leo que “el historiador de Arte Jurgis Baltrušaitis define la anamorfosis como una técnica pictórica que consiste en proyectar las formas fuera de sí mismas en lugar de reducirlas a sus propios límites visibles, y distorsionarlas de tal manera que únicamente desde un determinado punto vuelvan a su normalidad. Es decir, un artificio lúdico, un juego de engaños entre los sentidos del observador y la perspectiva. Visto de frente, en efecto, el retrato de Carlos I que se conserva en la catedral de Palencia se antoja una abstracción, un capricho cromático donde vagamente se deduce una cara, algo así como una caricatura estirada hasta lo grotesco. Pero apenas acerca uno el ojo al pequeño agujero del marco se desvela la verdadera naturaleza del cuadro, y en el interior de aquella caja apaisada aparece, como un holograma o una fantasmagoría, el severo perfil del emperador, perfectamente tridimensional pero intangible”.

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