jueves, 9 de junio de 2022

Sin plumas y cacareando

 


Va a resultar cierto que en España existen más restaurantes y bares que camareros y más arquitectos que albañiles. El único trabajo manual que tiene éxito es el de fontanero, al que llamas para cambiar un grifo y casi tienes que pedir un préstamo al banco para abonarle, además del grifo, el tiempo invertido y la mano de obra (donde se incluye media hora en la que con una excusa se marcha al bar a tomar algo), el desplazamiento (como si hubiese llegado desde Madrid en el AVE) y el abultado IVA de la factura.  El problema de los camareros, en un país donde hay más establecimientos hosteleros que hormigas, es que ganan poco salario y tiene unas jornadas de trabajo insufribles. En ese sentido, señala hoy Antonio Burgos en ABC de Sevilla: “Mi percepción es que se trata del resultado de una equivocada política educativa, donde todo el mundo quiere ir a la Universidad, pero muy pocos a la Formación Profesional, que se toma como el pelotón de los torpes. Faltan albañiles y faltan camareros porque falta una política realista de formación profesional. En nuevas tecnologías sí tiene usted todo el cualificado personal contratable que quiera: ingenieros informáticos a punta de pala, programadores, especialistas en redes sociales o en comercio electrónico. Pero no hay quien quiera subirse al andamio o coger la bandeja de servir tapas de ensaladilla o el menú del día”. Hoy he leído en un diario digital el aumento de coste de una simple tortilla de patata. Si ha subido el precio del aceite, los huevos, las patatas y el gas o la electricidad, todo ello necesario para su confección, parece normal que su aumento de precio esté justificado. Pero al cliente le queda la opción de tomarla o no. Lo ya no parece normal es que determinados dueños de establecimientos hosteleros no tengan en consideración las horas extraordinarias que hacen sus subordinados (se sabe la hora de entrada pero no la de salida) y que en demasiadas ocasiones no apliquen en sus nóminas el correspondiente convenio colectivo del sector. Si el camarero expone sus quejas, posiblemente lo despidan, o no le renueven el contrato de trabajo; que, como dicen en Aragón, para el caso, de Tauste. Lo peor que tiene trabajar para un pequeño patrón con ínfulas de empresario es que tenga entre ceja y ceja a uno de sus trabajadores. A la mínima, cae sobre él toda su artillería pesada. Pero lo más triste es que el resto de compañeros jamás le apoyará en sus reivindicaciones laborales por temor a correr su misma suerte, por mucho que las protestas de ese compañero les puedan beneficiar. El miedo guarda la viña. Lo malo es que  a este paso nos vamos a quedar sin uvas y sin viñas, o peor aún, como el gallo de Morón, sin plumas y cacareando.

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