martes, 7 de junio de 2022

Sobre frases lapidarias

 


Cuando alguien en el transcurso de un  artículo o de un  discurso suelta muchas perlas cultivadas, o sea, muchas frases atribuidas a personajes  fallecidas hace un porrón de años, casi todas ellas aleccionadoras o dichas en su día con espíritu constructivo, siempre pienso que ha desempolvado del estante de su librería  “El libro de oro” de Juan de la Presa (Librería Editorial de Bailly-Baillere, edición de 1896) o lee diariamente con devoción de meapilas las hojas del taco de calendario de los jesuitas de Bilbao, que siempre barren para casa. Esas frases lapidarias, atribuidas a Cicerón, Napoleón, o Teresa de Cepeda, pongamos por caso, suelen ser condensadas y  tan certeras que necesitan pocas  aclaraciones para su comprensión. Pero claro, copiar a alguien es plagio, pero copiar a muchos es investigación solapada (por ser citados a pie de página o en el apartado final de “bibliografía”) como sucede en las empalagosas tesis doctorales. Dos perlas cultivadas muy jesuíticas son aquella que aconsejan “que el ansia de libertad no nos esclavice”, o donde afirman con rotundidad que “hay gente tan pobre que solo tiene dinero”. Esa segunda perla, dicha por aquel que vive bajo un puente, podría tener sentido, pero manifestada por clérigos que se han pasado los últimos años practicando inmatriculaciones de templos , ermitas y fincas, cobrando la entrada a las catedrales y beneficiándose de los últimos Acuerdos entre la Santa Sede y el Estado Español de 1979, precedidos por otro Acuerdo de 28 de julio de 1976, por el que se adjudicaba a Juan Carlos I el nombramiento del vicario general castrense con la graduación de general de división, parece una broma de mal gusto. Respecto a la primera de esas perlas, el ansia de libertad, que a mí me conste, nunca esclaviza sino todo lo contrario. Lo que no se cuenta en los textos de Primera Enseñanza es que Colón, descubridor de América, y que tantos paseos y plazas detenta en nuestras ciudades, pretendió esclavizar a los indios para lucrarse y que fue Isabel I de Castilla la que frenó los perversos deseos de ese navegante. El ser humano no es libre de renunciar a la libertad, pues ésta, según Hegel, “es la ley de la gravedad del espíritu humano”; pero el hombre sólo es verdaderamente libre cuando tiene la capacidad de renunciar a todo lo que le domina y esclaviza. La libertad consiste, más que en poder o tener, en renunciar o no desear. Me hace gracia aquellos que dicen como un mantra que Juan Carlos I renunció a todos los poderes otorgados por el dictador en beneficio de la democracia. Sí, correcto. No le quedaba otra. Pero también hay que señalar que ese monarca se aprovechó de la inmunidad que le daba la Constitución para hacer negocios turbios, algo intolerable en un Estado de derecho.

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