viernes, 24 de marzo de 2023

Mitologías necesarias

 

Parece ser que entre los romanos existió la figura del andabatae, que no era un gladiador ni había sido entrenado para la lucha en el circo. Eran delincuentes condenados a muerte que se utilizaban para divertir a los espectadores y que su misión consistía en luchar a fin de poder sobrevivir un día más. Como no eran expertos luchadores, solían caer heridos de inmediato. Era entonces cuando aparecían en escena dos tipos: Hermes, que con la aplicación de hierros candentes sobre su cuerpo se sabía de inmediato si el gladiador derrotado permanecía  aún con vida. Si era así, aparecía Caronte, un esclavo enmascarado que con una maza golpeaba el cráneo del gladiador agonizante para evitarle sufrimientos. De la misma manera, en el arte antiguo, en las cerámicas etruscas, aparece un Caronte maligno matando a Ajax con una maza y que en el infierno tiene por misión maltratar y hace sufrir a los muertos. Pero hay otro Caronte, el de la mitología griega. Un anciano de barba blanca, barquero de los infiernos, que en una barca y ayudado de una pértiga atravesaba el río Estigia hasta Hades conduciendo las almas de los muertos previo pago de una moneda. Pero sólo pudieron terminar ese largo periplo Hércules y Orfeo. En el siglo I a. C., Virgilio describe a Caronte en el descenso de Eneas (héroe de la guerra de Troya) al inframundo. Y en el Canto III de “La Divina Comedia”, aparece Caronte cuando Alighieri, Virgilio y Dante atraviesan la puerta infernal, el vestíbulo de los cobardes y el paso del río. La mitología siempre trata de dar respuesta, sin conseguirlo, a las preguntas más difíciles de responder de la existencia humana. La Biblia es un ejemplo de ello, como también lo es la figura del dios que muere y resucita para redimir los pecados de los hombres, como en el caso de Jesucristo, que ya aparece con anterioridad en el mito egipcio de Osiris o en el Kirshna hindú (uno de los más importantes héroes de la dinastía Yadu, según  el “Majábharata”, los 18 libros en los que se narran la epopeya más antigua del mundo), por poner dos claros ejemplos. Las procesiones de Semana Santa llevadas a cabo en todo el territorio español no son cosa diferente a la recreación de un mito mediante performances reiterativas por parte de nazarenos y que giran en torno a la pasión y muerte del Redentor en la cruz. Un espectáculo público que recorre calles de ciudades y aldeas cada atardecida durante toda una semana con trajín incesante de peanas e imágenes dolorosas entre capirotes y costaleros, ruido de cornetas y tambores, olor a incienso, cirios encendidos y, sobre todo en Andalucía, el gemido negro de alguna saeta. Lo que interesa a fin de cuentas es que acudan turistas para ver las diversas performances, que llenen establecimientos hoteleros y restaurantes, y que favorezcan el consumo, al igual que sucede en Navidad con  luces en las calles que invitan a salir de casa, cenas de empresa, intercambio de regalos familiares adquiridos en grandes superficies y viajes turísticos donde sea, o durante el guirigay de las fiestas patronales. Como dicen los catalanes: “La pela es la pela”.

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