domingo, 5 de marzo de 2023

Gerásimo Mariñé, del comercio

 


Tengo un amigo que tiene un colmado como aquellos de antaño, con baldas llenas latas de conserva, algún congrio seco colgado del techo, carnes de membrillo en cajas de hojalata con nombres piadosos, estuches de madera como plumieres con dulce de guayaba, barriles con encurtidos, olorosas especias, botes verdes de café “Regil” molido, sopicaldos, quesos y hasta un saquete con verduras liofilizadas para poder  en casa esa sopa juliana con un fuerte olor a apio, como el que mis abuelos cenaban mientas escuchaban el “parte”. En botillería, también puede el cliente adquirir anisados y licores difíciles de encontrar en  otras tiendas o supermercados por su falta de demanda. Gerásimo Mariñé usa bata añil, fuma en cachimba y lee a Maxence van der Meerch en ediciones de bolsillo, sentado en una banqueta medio escondida existente junto a un tonel de vino cuando no tiene que atender a la clientela. Algunas veces le visito y charlamos. Gerásimo Mariñé tiene conversación. Hace sólo unos días  me contó que cualquier día levantará el negocio y se instalará en Arlés, en el sur de Francia, o en Viana do Castelo, en el norte de Portugal, no por pagar más o menos impuestos estatales, sino por centrar su negocio en un lugar donde posiblemente se valoren más los productos de su tienda. Me puso los ejemplos de Ferrovial, que piensa trasladar su sede a los Países Bajos para poder cotizar en el Russell 2000 (el índice bursátil de pequeña capitalización de Estados Unidos), y de algunas firmas británicas que ya huyen de Londres para cotizar en Wall Street. Gerásimo Mariñé me abruma con su sabiduría. Cuando salgo de su tienda me doy cuenta de lo poco que entiendo de economía. Gerásimo Mariñé es consciente de que nunca moverá su tienda de sitio. Menos aún de país. Lo que me cuenta es hablar por no callar. Sabe que el hambre aniquila las conciencias y es entonces cuando aparece la bestialidad dormida. Un lío.

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