domingo, 12 de marzo de 2023

Cuaderno de nostalgias

 

En mi Cuaderno de nostalgias, de papel cuadriculado, espiral de alambre y tapas de cartoné verde, dejé anotado que a Venancio de Blas Andújar, alias Chorlito Capaz, camarero de Gambrinus, violador y asesino de Palmira Chércoles Morató, le ajustició de garrote en el patio de la cárcel de Torrero el verdugo Pepe Jarauta en 1954, el año del Congreso Eucarístico de Barcelona, de la visita de una imagen de la virgen de Fátima por todos los pueblos de España, de la recomendación por el padre Laburu del rezo del rosario en familia y de una serenata, “Cantemos al Amor de los amores”, que fue para las damas de sacristía como la  “canción del verano”, al igual que para los elegantes sería, digo yo que sería, el aria profana “Zu Tanze, zu Sprunge, so wackelt das Herz”, de J. S. Bach, (que también era cura como el padre Laburu, además de Viejo Peluca, pero de modo más sabio) antes de que llegasen los primeros turistas y de que las suecas nos enseñasen el culo y los senos en las pedregosas playas del Mediterráneo. En las suaves arenas del Cantábrico costó más tiempo que las muchachas se quitasen la faldilla del traje de baño por razones evidentes: por un lado, Santander formaba parte de Castilla la Vieja, con todos sus prejuicios y retrasos; por el otro, las playas del País Vasco no eran cosa distinta que la “estación término” de la puritana Álava, (sólo imbricada con el “fenómeno vasco” a partir de 1831); de una ultra conservadora Navarra “domada” por el Opus Dei, desde muchos centros de trabajo, los púlpitos,  los hospitales y la Universidad; Asturias quedaba más a trasmano; y, finalmente, a Galicia supongo que no iba ni dios, salvo que no fuese para acopiarse de orujo y castañas. Aquel año se instaló en Zaragoza la base americana y Franco cortó la cinta del nuevo pueblo de Belchite, surgido como el Ave Fénix de sus propias cenizas, y construido por Regiones Devastadas. Sólo un año antes, con la intervención del entonces ministro Arburúa, que más tarde sería suegro de otro ministro, Marcelino Oreja, despareció la cartilla de racionamiento, que ya amenazaba con perpetuarse en el tiempo, como el hombre del saco, Franco, Pío XII, la tuberculosis, el contubernio judeo-masónico y el castillo de Loarre. Pepe Jarauta se percataba de cómo las gastaban el general Franco y el bacilo de Koch, que competían entre ellos por batir un récord y proclamarse campeón del mundo en liquidar a más españoles en menos tiempo; y, también, dónde estaba ubicado el castillo de Loarre. Pero desconocía a aquellos que, al parecer, formaban el pelotón del  contubernio judeo-masónico, y cómo podría ser el aspecto del hombre del saco, al que siempre yo trataba de imaginar flaco, con afilada barba y provisto de traje oscuro y bata de cirujano.

 

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