Me entero de
algo que desconocía. Pese a que España es según la Constitución del 78 un Estado aconfesional, nuestros gobernantes siempre tuvieron en cuenta
que en su mayoría los españoles son de confesión católica.
Lo que tampoco sabía es que ese sacrificio incruento, cuando se
ofrece en televisión, debe llevarse a cabo en directo por una cuestión
litúrgica, lo que equivale a decir que para que sea válida la consagración
tiene que oficiarse en tiempo real. Es decir, que aunque los espectadores en
sus casas no puedan comulgar, sí pueden sumarse a la celebración del sacrificio
cuando es en directo. La Conferencia
Episcopal entiende que una misa grabada se convierte en un programa más. En
Televisión Española se ofrece ese culto desde sus inicios, en 1956, cuando en
el
Paseo de la Habana se habilitó un pequeño habitáculo para capilla y con ese
espacio religioso se abría la programación de cada domingo. Eran los tiempos de la dictadura, cuando Franco entraba en los templos bajo
palio y cuando la Iglesia católica tuvo un papel preponderante en lo referente
a la moral y las costumbres. Quizás por ello se pusieron tantas objeciones a
las proyecciones de las películas del aragonés Luis Buñuel, pese a que durante su infancia tuvo un contacto
estrecho con el clero, según confesión propia. O sea, para entendernos, que una
misa en diferido es lo más parecido a un entierro sin difunto, como sucede en
el cine, por muy realista que parezca la escena. En casi todas las películas de
Buñuel hay presencia de clero: en “Un perro
andaluz”, donde aparecen dos maristas arrastrando carroña; en “La edad de oro”, con un obispo arrojado
por una ventana; en “El gran calavera”;
en “La hoja del engaño”, donde un
cura entra en un cabaret para dar un recado al dueño; en “Él”, donde aparece un cura glotón; en “El río y la muerte”, donde un cura lleva un revólver bajo la
sotana; en “Ensayo de un crimen”; en “Así es la aurora”; en “Nazarín”; en “Simón del desierto”; en “El discreto
encanto de la burguesía”, etcétera. En todas sus películas, como digo, aparece
un clérigo o una monja, del mismo modo que en todas las películas de Berlanga algún actor, aunque
no venga a cuento, hace mención al Imperio Austro-Húngaro. Son como sellos en
seco indelebles, como la firma del director. Por consiguiente, que las misas
deban ser en directo en las retransmisiones televisivas para que tengan validez, y que en los enterramientos
deban contener
los féretros un cadáver en todas las cintas para darles más credibilidad,
son cosas que parecen esenciales aunque yo no las comprenda. Pero no quiero
terminar sin contar algo que leí en algún libro: Parece ser que Buñuel
disfrutaba vistiéndose de monja en París y en muchas ocasiones lo hizo. El
calandino se vestía de monja, con cofia
almidonada, el hábito correspondiente y un perfecto maquillaje. De esa guisa, se
paseaba por París acompañado de Viñes
o Vicens de la Slave envueltos en
sus correspondientes sotanas. En los autobuses pellizcaban a las mujeres, y
cuando éstas se volvían para protestar se encontraban con las miradas de los
tres impostores de apariencia piadosa. También leí que contaba Dolores Rivas Cherif la velada
carnavalesca en la que Manuel Azaña
se declaró a ella en un baile de disfraces en casa de los Baroja, en el número 34 (hoy 36) de la madrileña calle Mendizábal,
en el barrio de Argüelles. En la planta baja de aquel edificio se instaló en
1917 la Editorial Caro Raggio, propiedad de la familia. El
edificio fue destruido por una bomba durante la Guerra Civil. Ella iba ataviada en aquella velada
con un vestido de dama del Segundo Imperio; y él, de
cardenal. Al poco tiempo se casaron en la madrileña iglesia de los Jerónimos,
con un té posterior en el Hotel Ritz y viaje de novios a París y los Países
Bajos.
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