lunes, 13 de noviembre de 2023

Rencor contenido

 


El 12 de diciembre de 2014 contaba en “El milagro de la Navidad” que  “ya nadie pastorea por las ciudades pavos ni aparecen viñetas al estilo de aquellas de Carpanta, siempre pensando en un pollo asado. La gente, a mayor gloria de Rajoy [entonces gobernaba Rajoy] rebusca en los cubos de basura de los supermercados a la caída de la noche por ver si cae una pizca que pueda consumirse. Y a veces hay algo para llevar a casa. Ese día estarán de fiesta. Es el milagro de la Navidad”. Han pasado casi nueve años desde que escribí aquello y, si les digo la verdad, casi nadie cree ya en milagros ni espera tiempos mejores a corto plazo. Pasado mañana comenzará la sesión de investidura de Pedro Sánchez y todo indica que volverá a alzarse con el santo y con la peana, dispuesto a gobernar este país durante los próximos cuatro años. Y las movilizaciones callejeras en contra de la amnistía se disiparán como el agua de un charco. A los españoles nos salva tener poca memoria, aunque sigamos poseyendo mucho rencor contenido. Comprendo que los poderosos, los ricos, hubiesen preferido un gobierno de Núñez Feijóo. Pero me cuesta entender que los pobres enarbolen banderas al viento siguiendo las pautas que les marcan unos patrioteros de pacotilla que carecen de programa político aún a sabiendas de que esa derechona conservadora siempre les recortará a los trabajadores derechos adquiridos, congelará la paga a los pensionistas, disminuirá el poder adquisitivo en la cesta de la compra y beneficiará  la enseñanza y la sanidad privadas frente a las instituciones públicas. Mientras, la Iglesia católica “hace mutis por el foro” y se despacha a su gusto por medio de una prensa casposa y con vocación  golpista que esparce veneno de culebra en la tinta de los plumillas (casi todos ellos desertores del diario ABC) con olor a sacristía y alcanfor, sabedora de que, al igual que sucede con la Banca, siempre gana. Hay algo peor que un rico: el pobre con aires de grandeza que paga los plazos del utilitario flamante con los ahorros del abuelo de cristal, ese anciano que se asoma silente cada mañana por la ventana de su dormitorio por ver si el mundo sigue existiendo.  

 

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