lunes, 6 de noviembre de 2023

La aguja de marear

 


En la bien cuidada edición (Planeta (1996) del libro “Un año en la vida de la España salvaje”, Borja Cardelús, Susana Casado y Alfredo Ortega hacen un repaso a la fauna y flora en cada momento del año. Así, noviembre, al referirse a las costumbres de nuestras aves, señala que “cada especie se sitúa en el humedal según sus preferencias, de manera que una mirada detenida nos permite descubrir a los porrones comunes y moñudos buceando en un profundo remanso despejado, a un grupo de ánades frisos capotando en las orillas someras, bandos de cercetas comunes y patos cuchara filtrando lodo en las isletas, ánades rabudos descansando en el centro del humedal, azulones nadando pegados al cinturón de resecos carrizos…”. Es una maravilla leer el libro. Respecto a las plantas, parece que éstas tuviesen los cinco sentidos que tenemos los humanos y otros quince más. Lo cierto es que el hombre no puede dar lecciones a la Naturaleza. Los árboles saben cuándo deben desprenderse de las hojas en otoño como autoprotección y caen en un periodo de escasa actividad. Las hojas pierden clorofila ya no les sirven para hacer la fotosíntesis. Y las calles forman un manto de vegetación muerta para dar faena a los barrenderos municipales. Pero, a cambio, las navidades adelantadas, cada año más, se llenan de luces de colores como invitación a que la gente salga a la calle, no para que le dé el aire, sino para que consuma y gaste. Hay dos Españas salvajes, la de los animales y plantas, reflejada en el magnífico libro del nieto de Muñoz-Seca, y la otra, la de la marcha palillera y el desmadre en un vano intento de olvidar por unas horas el profundo desasosiego de saber que somos una mosca entre dos cristales, y la falta de respeto hacia el Planeta.  Pero la aguja de marear no sabe de fastos y me congratula pensar que al menos los animales y plantas mantienen el rumbo correcto.

 

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