Leo en Diario de León la desidia municipal y el abandono con respecto a
placas dedicadas a personajes que nacieron o vivieron en León y dejaron huella.
Eso, por desgracia, sucede en otras muchas ciudades. Verónica Viñas cuenta en un reportaje que “la mugre cubre algunas
de ellas y han sido blanco de los
vándalos”. Y hace especial mención al estado lamentable de una placa dedicada a
Paco Pérez Herrero, para muchos vecinos considerado como “el
último bohemio de León”, protésico dental que ejerció de colaborador de prensa
y tuvo ocasión de entrevistar a Federico
García-Lorca en uno de sus viajes a esa ciudad. León es una ciudad amable y
por la que siento un gran respeto, donde tiene placa hasta el pobre Genarín, atropellado por un camión de
la basura en 1929 y al que cada Jueves
Santo llegada la anochecida se le recuerda con una procesión profana. De
entre todas las placas diseminadas en León hay una que merece mi mayor
atención. Está en la fachada del actual parador
nacional de San Marcos. Ese palacio, antiguo monasterio y hoy hotel de
cinco estrellas, fue uno de los campos de concentración más terribles del
franquismo, por el que pasaron miles de prisioneros republicanos antes de ser
ejecutados, y que siglos antes fue prisión de Francisco de Quevedo. Según dejó constancia Pablo Calvo (El Español,
29/05/22): “Al calor de unos braseros, en una cómoda sala del palacio del duque de Medinaceli en Madrid, se
encontraba plácidamente durmiendo un Quevedo de sesenta y un años, cuando
varios alguaciles de corte irrumpieron y lo sacaron de su sueño
para llevarlo detenido al Convento Real
de San Marcos en León. Era una cruda noche esa del 7 de diciembre de 1639,
en la que el escritor fue custodiado durante cincuenta y cinco leguas a pelo,
sin ropas ni dineros, para ser metido en un aposento aún más frío de este
claustro leonés”. Al llegar a su destino, fue encerrado en una celda de la Orden Militar de Santiago, a la que él
pertenecía. Pero a los pocos días los frailes carceleros lo trasladaron a un
sótano más pequeño y con poca luz, donde
la humedad por su proximidad al río Besnesga y el frío propio de esa zona
terminaron por minar seriamente su salud. Pero a partir de octubre de 1641 se
le permitió poder salir de su celda y, según narra Calvo, “se le facilitó algo de
mobiliario además de su catre, como una mesa, cuatro sillas un brasero y un
velón, material de escritura, algunos libros, la presencia de un criado que le
atiende día y noche, charla y compañía durante las comidas y otros ‘bienestares’, como sustituirle los dos
pares de grilletes por solamente uno y menos pesado. En 1642, después de varias
cartas a Olivares y Felipe IV, las condiciones de su
prisión se relajaron. Pudo recibir visitas y dedicarse a investigar en la
nutrida biblioteca del convento”. Fue excarcelado en 1643.Y todo por una carta
interceptada, donde se hablaba de una conspiración con Francia. Quevedo, pese a
ser cojo y patizambo, era un gran espadachín y en cierta ocasión tuvo la osadía
de retar a Luis Pacheco, el más
famoso profesor de esgrima de Madrid. Pero hirió más con su pluma que con su florete.
Tuvo muchos enemigos: Ruiz de Alarcón le llamaba “paticojo”, y Góngora, “pies de cuerno”. Hoy, en
León, Quevedo cuenta con un parque donde también hay un rincón dedicado a Félix Rodríguez de la Fuente, el hombre que tanto amó a los lobos y que se empeñan en exterminar
algunas gentes del medio rural por atacar a sus ganados.
Mientras el bando ecologista se
dedica a minimizar los daños causados, los ganaderos los maximizan. En Andalucía,
donde quedan pocos ejemplares, se encuentra protegido. En Cantabria se permite
su caza, mientras que en Castilla y León sólo está prohibida al sur del río
Duero. Yo estoy convencido de que esa inquina hacia el lobo feroz por parte de
los gañanes de capa parda y cerebro en erial desaparecerá cuando el canis lupus se haga vegetariano. Cosas más raras se han visto.
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