El Aula Magna de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de León acoge estos días una jornada de análisis sobre la figura de Salvador Seguí. Ya ha pasado un siglo desde el asesinato de aquel anarco-sindicalista de CNT y poco queda de él en la memoria colectiva del conocido como El Noi del Sucre. A Seguí lo asesinaron el sábado 10 de marzo de 1923 sobre las siete de la tarde, según contaba Pere J. Beneyto en ‘Nuevatribuna’ en su quinta y última entrega de un dossier documental (23 de febrero de 2023) con aportaciones del texto de Antonio Soler (2016), ‘Apóstoles y asesinos’. (Barcelona, Galaxia Gutenberg, pp. 415-435). Por aquellos días, un grupo de generales encabezado por Miguel Primo de Rivera estaba preparando un golpe militar contra el Gobierno, aunque no contra el rey, y aspiraban a contar con el apoyo de las organizaciones obreras, especialmente de las catalanas, y se pensaba en aprovechar el caos de una huelga general para alcanzar sus propósitos. Seguí, que ya tenía rumores de un posible golpe de Estado, se reunió con Foix y un pequeño grupo de compañeros del sindicato entre los que se encontraba Massoni para comentar el asunto. Seguí no estaba dispuesto a colaborar con los militares en aquel dislate y pensaba hacérselo saber al Comité Regional. Al mismo tiempo, un reducido grupo de miembros de la Patronal Catalana estaba decidiendo la suerte de Seguí, llegando a la conclusión de que había que acabar con él y no dudaron en poner un plan en marcha. Decidieron que Pedro Mártir Homs, un abogado sin escrúpulos, se encargue de organizar el atentado, recibiendo una suma de dinero por el “trabajo”. Homs organizó una peligrosa banda comandada por su mujer, la Payesa, que sería la encargada de encontrar al sicario necesario, un tal Feced. La Patronal le había concedido a Homs diez días como máximo para llevar a cabo su plan. A oídos de Francesc Macià, a través de la familia (todos terratenientes) de su mujer, Eugenia Lamarca, llegó el rumor de que desde altas esferas de la Patronal se estaba planeando primero el asesinato de Salvador Seguí; y, después, el de Ángel Pestaña. Macíá, en consecuencia, les hizo llegar dos notas a sus respectivos domicilios por medio de su hombre de confianza, Ramón Durán. Seguí vivía en la calle Valencia, 559. El 6 de marzo Pestaña y Seguí participaron en un mitin en el cine Bohemia. Al final del acto, ambos conversaron brevemente sobre la nota recibido. Optaron no darle más importancia de la necesaria. Mientras, Feced y sus secuaces le siguieron la pista Seguí de todos sus movimientos. Supieron que solía ir casi a diario al bar ‘El Tostadero’, en la plaza de la Universidad, y al ‘café Español’, en el Paralelo. Transcurrieron unos días hasta consumar su asesinato. Hasta que una de aquellas tardes, la mujer de Seguí se había quedado en casa, y Seguí y su amigo Perones, en un momento dado decidieron tomar algo en el bar ‘El Tostadero’. Un camarero, Saleri, puso en aviso a Homs, y éste a Feced, de que ambos sindicalistas estaban allí tomando algo. Al abandonar el bar, los asesinos les siguieron hasta la calle de la Cadena. Peronés entró en un estanco a comprar tabaco y Seguí le esperó en la calle. Sonaron tres disparos. Uno, de Feced sobre la cabeza de Seguí, los otros dos tiros fueron al aire por dispersar a los mirones. Pero uno de los dos compinches que acompañaban a Feced apuntó y disparó a Perones al salir del estanco. Resbaló, cayó, se levantó y fue entonces cuando recibió varios disparos en un costado que lo hizo trastabillar, pero no se derrumbó, corrió como pudo, se refugió en una carnicería y no miró atrás ni se percató de que el cuerpo de Seguí estaba tirado sobre en el empedrado. María Espés, la mujer de Pestaña, que vivía cerca, acudió con una sábana para cubrir el cuerpo de Seguí. Más tarde apareció el juez y se llevaron el cadáver al hospital Clínico. Los médicos que practicaron la autopsia, Liñana y Luanco, certificaron que tenía una única herida producida por arma de fuego en la cabeza, con orificio de entrada en la región occipital y sin salida. Perones fue conducido desde la carnicería en la que se refugió hasta un dispensario de la calle Marqués de Barberà. Al poco llegaron varios compañeros. Perones estaba tumbado en una camilla, fumaba un cigarrillo, hablaba con calma y dijo que no pudo hacer nada por ayudar a su amigo. Un compañero del sindicato, Simó Piera, sacó una pistola y se la puso en la cabeza al médico conminándole a actuar. El galeno, lívido, dijo que allí no había medios para intervenir y ordenó que llevasen al herido al hospital de la Santa Cruz. Lo ingresaron en la sala de Santo Tomás, cama 15. Tenía tres impactos. Dos en la pierna izquierda y otro en el lado derecho del tórax, con orificio de salida por la zona izquierda, que había afectado al pulmón derecho y al hígado. El estado era de extrema gravedad. El lunes 12, a las cuatro de la tarde, enterraban a Seguí en un nicho del cementerio de Montjuich de forma anónima. Al día siguiente moría en el hospital Perones. En el entierro de Seguí estuvo presente Lluís Companys, fundador de Esquerra Republicana de Catalunya y expresidente de la Generalitat, que terminada la guerra civil (15 de octubre de 1940) moriría acribillado en el foso del castillo por un pelotón de ejecución.
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