El artículo
16.3 de la Constitución Española
garantiza la libertad religiosa y de culto, pero señala que “ninguna confesión tendrá carácter estatal”.
Me entero de que Felipe VI y su
consorte presidirán en la Catedral de Valencia el próximo día 9 de diciembre un
funeral oficiado por el arzobispo Enrique
Benavent por las víctimas de la dana en Valencia. Al no tratarse de un
funeral de Estado estará ausente el presidente del Gobierno. Sánchez, por otro lado, ya ha señalado
que el Gobierno hará un homenaje civil en memoria de las víctimas “cuando llegue el momento adecuado”. A
mi entender, los ciudadanos de región de Valencia no desean gorigoris sino
ayudas. Muchos ciudadanos se han quedado sin casa, lo han perdido todo, y
todavía existen desaparecidos. Ezra
Pound dijo: “El trigo es sagrado, el
latín es sagrado”. Valle Inclán,
en “Divinas palabras” dejó escrito que “basta una frase
declamada en latín para que una muchedumbre vengativa y cruel quede
sometida a la inmovilidad”.
Los chamanes, también aquellos que practican el culto católico, entienden que
con decir un réquiem, mover un incensario, lanzar al aire gotas de agua
con un hisopo, o decir cuatro plegarias ampulosas, algo cambia en la tragedia.
Aquí no basta con las recetas de alquimia. Los “latines”, los responsos
de abates y los altisonantes elogios funerales no dan ni un celemín de trigo. Solo
los improvisados bancos de alimentos, las ayudas desinteresadas de muchos
voluntarios anónimos y los prometidos planes estatales de recuperación de las
ciudades devastadas pueden solucionar de
alguna manera un serio desastre sobrevenido, el valenciano, de muy difícil
manejo. Ya quedará tiempo para homenajes y para depurar responsabilidades
políticas, que las hubo. El jefe del Estado es libre para asistir a los
cultos católicos que le venga en gana. Nadie, ni los más proclives a un cambio
hacia otra forma de Estado más acorde con nuestro tiempo, pretenden quitarle
ese derecho al actual monarca. Pero en un Estado no confesional como es el
nuestro debe primar la coherencia, o sea, la ligazón congruente con los
principios establecidos en la Carta Magna en 1978. No cabe duda de que
el latín también tiene su importancia, nadie se la quita. Pero no hace al caso.
Nos ayuda a entender el castellano y, también, a salvar a los lugareños de
situaciones embarazosas, por ejemplo que los habitantes de Cabra (Córdoba) tengan
el gentilicio de egabrenses por la razón de que los visigodos la
llamaron Egabro, los romanos Igabrum y los árabes Qabra.
De hecho, Adolfo Muñoz Alonso salvó una difícil situación en tiempos de José
Solís, egabrense de nación y falangista por vocación, que prefería que los educandos se aplicasen más a los deportes que a
estudiar esa lengua muerta. Muñoz, tuvo que salir al paso de una forma aseada. “No
debería
desmerecer las clases de latín, señor ministro -le contestó Muñoz-, porque
gracias al latín, los habitantes de Cabra se llaman egabrenses”. José Solís Ruiz fue un tipo extraño: "Una manu sua faciebat opus et altera tenebat gladium". Pues eso.
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