viernes, 6 de diciembre de 2024

Menos ritos y más eficacia

Estado aconfesional

 

El artículo 16.3 de la Constitución Española garantiza la libertad religiosa y de culto, pero señala que “ninguna confesión tendrá carácter estatal”. Me entero de que Felipe VI y su consorte presidirán en la Catedral de Valencia el próximo día 9 de diciembre un funeral oficiado por el arzobispo Enrique Benavent por las víctimas de la dana en Valencia. Al no tratarse de un funeral de Estado estará ausente el presidente del Gobierno. Sánchez, por otro lado, ya ha señalado que el Gobierno hará un homenaje civil en memoria de las víctimas “cuando llegue el momento adecuado”. A mi entender, los ciudadanos de región de Valencia no desean gorigoris sino ayudas. Muchos ciudadanos se han quedado sin casa, lo han perdido todo, y todavía existen desaparecidos. Ezra Pound dijo: “El trigo es sagrado, el latín es sagrado”. Valle Inclán, en “Divinas palabras” dejó escrito que  “basta una frase declamada en latín para que una muchedumbre vengativa y  cruel quede sometida a la inmovilidad”. Los chamanes, también aquellos que practican el culto católico, entienden que con decir un réquiem, mover un incensario, lanzar al aire gotas de agua con un hisopo, o decir cuatro plegarias ampulosas, algo cambia en la tragedia. Aquí no basta con las recetas de alquimia. Los “latines”, los responsos de abates y los altisonantes elogios funerales no dan ni un celemín de trigo. Solo los improvisados bancos de alimentos, las ayudas desinteresadas de muchos voluntarios anónimos y los prometidos planes estatales de recuperación de las ciudades devastadas pueden solucionar  de alguna manera un serio desastre sobrevenido, el valenciano, de muy difícil manejo. Ya quedará tiempo para homenajes y para depurar responsabilidades políticas, que las hubo. El jefe del Estado es libre para asistir a los cultos católicos que le venga en gana. Nadie, ni los más proclives a un cambio hacia otra forma de Estado más acorde con nuestro tiempo, pretenden quitarle ese derecho al actual monarca. Pero en un Estado no confesional como es el nuestro debe primar la coherencia, o sea, la ligazón congruente con los principios establecidos en la Carta Magna en 1978. No cabe duda de que el latín también tiene su importancia, nadie se la quita. Pero no hace al caso. Nos ayuda a entender el castellano y, también, a salvar a los lugareños de situaciones embarazosas, por ejemplo que los habitantes de Cabra (Córdoba) tengan el gentilicio de egabrenses por la razón de que los visigodos la llamaron Egabro, los romanos Igabrum y los árabes Qabra. De hecho, Adolfo Muñoz Alonso salvó una difícil situación en tiempos de José Solís, egabrense de nación y falangista por vocación, que prefería que los educandos se aplicasen más a los deportes que a estudiar esa lengua muerta. Muñoz, tuvo que salir al paso de una forma aseada. “No debería desmerecer las clases de latín, señor ministro -le contestó Muñoz-, porque gracias al latín, los habitantes de Cabra se llaman egabrenses”. José Solís Ruiz fue un tipo extraño: "Una manu sua faciebat opus et altera tenebat gladium". Pues eso.

 

 

 

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