viernes, 27 de diciembre de 2024

Ese tufillo siniestro

 

 

Este próximo año, 2025, lo mejor que podríamos hacer los españoles es no recordar a Franco, el mayor sátrapa de nuestra historia reciente. Alguien muere definitivamente cuando nadie lo recuerda y ese canalla no merece ser recordado. Lejos quedan ya aquellos obispos de la Iglesia católica con sus brazos en alto haciendo ostentación vergonzante de fascismo y proclamando la “santa cruzada”;  los camisas azules fusilando en las cunetas; los procuradores en Cortes de chaquetas blancas haciendo leyes pusilánimes; un Juan de Borbón pretendiendo unirse al bando sublevado tras atravesar  Dantxarinea (Baztán) acompañado por el conde de Ruiseñada y el infante José Eugenio de Baviera.  A nadie se le escapa que el compromiso con el bando nacional del abuelo de Felipe VI quedó patente cuando, al llegar a Pamplona, se puso un mono azul y la boina roja carlista con un emblema falangista en la solapa. Aquella "borbonada" fue esperpéntica. A nadie se le escapa, tampoco, que la mujer casada no podía dedicarse al comercio sin el permiso expreso o tácito de su marido; que las ‘cartillas de racionamiento’ estuvieron presentes hasta ser suprimidas por Arburúa en 1953; qué la tuberculosis diezmó a la juventud de entonces; que se pasó hambre calagurritana, que hubo demasiados huérfanos; que las cacerías sirvieron para hacer grandes negocios entre fascistas; que en aquel “destino en lo universal”, el Caudillo solo debería responder ante Dios y ante la Historia (una frase medieval que hoy mueve a risa y vómito); la enfermiza venganza contra los vencidos; la entrada en los templos bajo palio, etcétera. Todo un disparate. ¿Dónde estaban los monárquicos? ¿En qué cueva se escondieron? Algo parecido sucedió más tarde con los "juancarlistas". ¿Cuántos quedan hoy?  El que fuese autor, fundador y director durante 25 años de la Editorial Mateu, de Barcelona, Francisco Fernández Mateu, dejó escrito en su libro “Franco ese…” (Epidauro Ediciones, Barcelona, 197, p.56) lo siguiente: “El día 14 de mayo, de 1931, en el Círculo Monárquico de la calle de Alcalá, los balcones abiertos de par en par y de manera provocativa se cantaba y se bailaba la Marcha Real. Un Luca de Tena, egregia familia dueña del ABC que no tuvo empacho en pactar con Azaña, el republicano, para que les conservase el periódico y ponerse en cierta forma al servicio de la República, llegó en taxi hasta la puerta del Círculo y al oír los acordes del regio himno exclamó exaltado: “¡Viva la Monarquía!”.  Contrariado y molesto el taxista le contestó con un “¡Viva la República!”. Y por esto fue molido a palos por los contertulios del Círculo”. En fin, lo dejo aquí. Después de 93 años siguen las dos Españas irreconciliables. Como en los versos de Gabriel y Galán: “¿Qué tendrá la hija del sepulturero,/ que con asco la miran los mozos, / que las mozas la miran con miedo?”. Es difícil, entiendo, quitarse de encima ese tufillo siniestro que todo lo ocupa. Hoy se empeñan en que respetemos la Constitución del 78 los hijos y nietos de aquellos que no respetaron la  Constitución del 31. ¿Alguien entiende algo?

 

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