lunes, 16 de diciembre de 2024

Quedarnos con la copla

 

 


Leo hoy en El País que los carritos de food trucks ‘sembrados’ por las calles de Nueva York, y así lo cuenta ese diario, “constituyen una industria que genera una media de casi medio millón de dólares en ganancias por carrito en la ciudad y mueve 2.400 millones de dólares al año en Estados Unidos, según el informe anual de Ibis World. Su margen de beneficios supera al de los restaurantes y, pese a las condiciones no tan favorables del trabajador, sí ofrece mejores sueldos que la hostelería tradicional”. Hasta aquí la noticia. Vistas las cifras que genera ese negocio, no entiendo cómo en España no hacemos algo parecido. Con un carrito de mano y un empleado despachando perritos calientes, ¡se acabo la miseria! Claro, para conseguir ese éxito comercial es necesario que la ciudad en cuestión  tenga  más de ocho millones de habitantes, que haya un enjambre de oficinas y despachos, que los empleados que trabajen en ellas tengan por costumbre tomar un ligero tentempié a mediodía y hacer un desayuno y una sola comida, ambos de fundamento, a las siete de la tarde. El español no está acostumbrado a llevar ese ritmo de vida. Por estos pagos se desayuna algo ligero sobre las 7 de la mañana, se toma un bocadillo acompañado de una cerveza 4 horas más tarde, se comen dos platos y postre cerca de las 3, se merienda algo sobre las 6 y se cena al filo de las 10 de la noche, mientras nos explican por  televisión la presunta última trama corrupta, o las matanzas llevadas a cabo por los israelíes en Gaza para que nos ayuden a conciliar el sueño. Aquí, por otro lado, no se estilan los carritos que ofertan perritos calientes a cualquier hora del día sino las barracas que venden churros, o sea, ‘calentitos’, como dicen los sevillanos. Y que a mí me conste, los churreros no recudan medio millón de euros al año. Vamos, eso no sucede ni con la cuarta parte de las casi 3 millones de pymes existentes. Entre impuestos del Estado, pagos a la Seguridad Social, tasas municipales y otras cuestiones de difícil manejo no queda en limpio ni para saber qué será del negocio dentro de un mes. Hemos apostado por la hostelería en sus diversas formas, por el turismo de masas y por chapurrear inglés sin conocer bien el castellano, sin darnos cuenta de que el éxito de los negocios no consiste en tener más comedores, más cocineros que se creen catedráticos, más camareros mal pagados y más fiestas nocturnas para distraer a base de musiquillas ratoneras cutres a ese contingente sobrevenido, sino en tomar nota de lo que acontece en otras partes del mundo con menos esfuerzo y mejores resultados. De la misma manera que para ser peluquero solo se requiere disponer de unas tijerillas, un peine y una silla, con las cosas de comer, con las que no se debe jugar ni hacer trampas, solo es necesario tener hambre y poder echar algo a la oficina de las tripas.

 

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