Hoy es la Candelaria, un rito que se hacían los
judíos para purificar a las madres después de cada parto. Lo que no entiendo es
de qué se tenían que purificar. La Iglesia católica adoptó los ritos extendidos
entre hebreos, griegos y romanos en un raro
cóctel religioso de difícil acomodo para el entendimiento. En el caso de
los criminales y adúlteros, éstos, al no poder purificarse por sí mismos,
debían recurrir a los farmacos, (así,sin
acento), o sea, sacerdotes que practicaban sobre ellos aspersiones de sangre,
frotas con cebolla y la colocación en el cuello un collar de higos para ser purificados
y poder entrar en los templos. Vamos, un lío. Iba bien encaminado Nietzsche cuando afirmaba (“El
Anticristo”) que “la Iglesia se
previene hasta contra la limpieza. La primera medida tomada por los cristianos
en España después de la expulsión de los moriscos fue la clausura de los baños
públicos, de los cuales sólo en Córdoba había unos doscientos setenta”. Las
abluciones, en el Catolicismo, se reducen a unos superficiales lavatorios de
una mínima parte del cuerpo para que sea purificado. En la liturgia todo queda limitado a lavarse los dedos el
sacerdote tras limpiar el cáliz de vino y agua después de consumir. A
continuación se limpia los labios con el purificador, que no debe confundirse
con el manutergio, la toalla con la que el
sacerdote se seca las manos después de lavarlas antes de celebrar la misa. Pero para ser más
preciso, la verdadera candelaria se formó en el cuarto de Tula, en el barrio de La Cachimba. Se quedó dormida y no apagó la
vela. Ay, mamá, ¿qué pasó? Así lo cantaba Ibrahim Ferrer con voz pura y suave, que de niño vendía caramelos y palomitas de maíz
en San Luis, cerca de Santiago de Cuba; y que, ya de mayor, se dedicó a limpiar
zapatos en las calles de La Habana, el lugar de nacimiento de mi padre.
España es el único país del mundo que cuenta con tres
reyes, uno menos que los de la baraja de don
Heraclio Fournier: Felipe VI, Juan Carlos I y Jorge Rey, el experto en cabañuelas. A los tres reyes, dos de la Casa de Borbón y uno de primer apellido,
les deseo larga vida. Al primero de ellos, por ser el jefe del Estado; al
segundo, porque no le deseo que le mire el tuerto; y al tercero, por la cuenta
que nos trae. No hay cosa peor que el invierno te pille con el culo al aire.
Los vaticinios de este joven burgalés se suelen cumplir; y, en consecuencia, deberíamos
tocar madera tras sus sorprendentes predicciones sobre borrascas y ciclogénesis
explosivas asociadas al frente polar y otros sistemas frontales de efectos
devastadores. Vamos, que acierta en sus observaciones. Las cabañuelas no tienen
base científica, como tampoco la tienen los milagros, la labor solapada de
algebristas y curanderos, ni el ‘Calendario
zaragozano. El firmamento’ de Mariano
Castillo y Ocsiero, que comenzó a publicarse en 1840 y que llegó a ser como
el ‘catecismo Ripalda’ de la gente
del agro. Tanto fue así que todavía se dispensa en los quioscos el almanaque. Mariano Castillo,
villamayorense de nación (o salsero, si aceptamos el apelativo) dedicó su ‘Calendario’ al astrónomo y médico Victoriano Zaragozano Zapater, que ya
en el siglo XVI elaboraba sus propios libritos y fue autor de un ‘Lunario y repertorio de los
tiempos’ (1553) basado en otro de Juan
Alemany. (No hay que confundirlo con Jerónimo Cortés (1560-1611), valenciano, matemático, naturalista, “maestro
de contar” y autor del “Lunario perpetuo”, editado en Valencia por los herederos
de Joan Navarro en 1594). Empieza
febrero y la Iglesia católica celebra la festividad de san Trifón, un santo anárgiro que tenía poderes para amansar
basiliscos y luchar a brazo partido
contra las invasiones de roedores y saltamontes. Las cabañuelas de Jorge Rey, como digo, ya
han presagiado que febrero será un mes muy ventoso y desapacible. Pues nada, paciencia
y a barajar.