Un artículo de hoy de Pedro García Trapiello en Diario de León, titulado “Pan, palo y…”, debería hacernos reflexionar a los demócratas. El fascismo se extiende en Europa, como ya aconteció en la primera mitad del siglo XX y parte de la segunda, como una mancha de aceite quemado de cárter de utilitario de viajante. La democracia es un bien frágil que deberíamos conservar, como digo, antes de ser devorados por Trump, ese personaje como salido del tebeo que ha cambiado de bando y cortejando a Putin con amor de adolescente y devoción de novicia, como transformado en un nuevo Roberto Alcázar, siempre junto a Elon Musk en el papel de Pedrín. Y en medio de ese desquiciado quilombo está presente, como convidada de piedra la vieja Europa, que se ha quedado como el pintor cuando se cae de la escalera mientras pinta una pared, colgada de la brocha; un papa argentino enfermo de cuidado; una prensa escrita encargada de desinformar al lector a base de marear las rotativas con cuentos de hadas; y la seria amenaza de un pedrusco estelar (bautizado con el nombre 2024 YR4) que podría caernos en la cabeza en 2032 y matarnos si no tenemos la precaución de ponemos el casco protector. Como bien señala García Trapiello, “esta nueva gente, amante de ‘mi ley, mi estaca’, en el fondo le está copiando la fórmula al cura aquel de Maraña de los años 30 cuya única regla pedagógica le proporcionaba, al parecer, algún resultado: ‘Pan, palo y catecismo’. […] El catecismo de Trump, además, pretende devolver la Religión al primer plano de la vida y esencia americana para que resucite el espíritu de los puritanos que fundaron aquello en 1620, como no muere en España lo tridentino de la Contrarreforma con barrocas y anacrónicas Semanasantas que deberíamos vender y exportar a los americanos (ya; y sin aranceles) para que sepan lo que es bueno con calles aturdidas por tamborrada, tararí, capirote kuklusklán y marcando el paso al son de marchas lentas de Westpoint”. Que Dios nos coja confesados…
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