Tengo en mis manos un libro de bolsillo, “Los balnearios aragoneses”, de Fernando Solsona Motrel (public. 80-37 de la CAI), excelente médico radiólogo y durante muchos años presidente del Ateneo de Zaragoza, donde su autor da cuenta de las magníficas aguas termales aragonesas, su distribución geográfica y los beneficios que las diversas aguas han tenido para la salud desde que en 1816 se consignaran en España treinta fuentes minerales “conocidas y muy concurridas”, entre las que figuraban cuatro aragonesas: Panticosa, Tiermas, Quinto de Ebro y Alhama de Aragón. Pero ya en tiempos de los romanos se conocían los Baños de Benasque, cuyas virtudes fueron descritas por el médico de ese balneario, Anacleto Bada, en su “Tratado de las virtudes y usos de las aguas minerales de la villa de Benasque”, impreso en Zaragoza (oficina de Mediardo Heras) en 1805. Pero ya antes, en el siglo XVII, Limón Montero describe con detalle en 1697 los manantiales de Paracuellos de Jiloca en su libro “Espejo cristalino de las aguas minerales de España” y que en 1850 fueron oficialmente declaradas como “aguas mineromedicinales de utilidad pública”. Posteriormente, en 1867, G. Guedea publicó otro libro sobre ese balneario (“Baños de Paracuellos de Jiloca”), y en 1880 García Serrano abundó sobre el tema en su libro “Las aguas y baños sulfuroso-salinos de Paracuellos”. También fueron muy elogiadas las aguas de Alhama de Aragón, conocidas desde los romanos, que la llamaron “Aquae Bilbilitanorum”, por la proximidad a “Bílbilis Augusta”, la actual Calatayud, pese a que Alhama está más lejos de esa ciudad que Paracuellos. Alhama se cita en 1488 en el “Tratado de la cura de la piedra” de Gutiérrez de Toledo y en otros libros posteriores. Como curiosidad, durante los meses de verano tenía parada el “tren rápido Madrid-Barcelona” para que pudiesen subir al convoy o apearse los turistas, generalmente madrileños, que se hospedaba, hacían reposo y tomaban las aguas de los balnearios “Termas Pallarés”, “Guajardo”, los “Baños nuevos de Cantarero” y los “Baños Viejos de Martínez”. Todavía conservo una reseña del diario Heraldo de Aragón (05/06/2013) referente a una promoción en la madrileña Estación de Atocha durante dos semanas para difundir la “red de balnearios de Calatayud” como reclamo publicitario. Se señalaba de “una iniciativa promovida por la DPZ dirigida a los miles de usuarios de alta velocidad que pasan diariamente por la estación madrileña”. Debo reconocer que lo de “red de balnearios de Calatayud” fue un eufemismo fanfarrón.. Calatayud, que a mí me conste, no cuenta con balnearios ni aguas medicinales en su término municipal. Por la Fuente de Ocho Caños, junto a la Puerta de Terrer, mana agua del río Jalón pero sin depurar. Cosa distinta son los balnearios de su comarca. Por otro lado, en el Archivo de Calatayud se conservan documentos del siglo XII donde se hace referencia a las aguas de Jaraba, donde hoy se encuentra el Balneario de la Virgen (que el municipio de Jaraba los traspasó en 1897 a Manuel Ibáñez a cambio del monte Talegudo) y los Baños de Serón. Pero también hay que recordar que muchos balnearios desaparecieron por diversas razones. Tal es el caso de Arro y Estadilla (al quedar ambos lugares al margen de las vías de comunicación); Tiermas (desaparecido en 1959 por la construcción del pantano de Yesa), Monasterio de Piedra (hasta 1900. Su agua se vendía embotellada); etcétera. En la actualidad existe un extenso programa de termalismo social del Imserso repartido por toda España. De entre los 86 balnearios que se ofrecen en la guía para jubilados y pensionistas destacan: “Termas Pallarés” (Alhama de Aragón); “Termes de Montbrió” (Tarragona); “Balneario de Alange” (Badajoz); “Hotel Balneario Isla de La Toja” (Pontevedra); y “Balneario de Archena” (Murcia). Lo que ya no conozco es si tales merecimientos se deben a los beneficios de sus aguas supuestamente curativas, a un correcto servicio de hostelería, o a la combinación de ambas cosas. Porque la bondad de la “crenoterapia” (palabra creada por el médico francés Louis Landouzy a principios del siglo XX) como el “valor” reflejado en las cartillas militares de la clase de tropa de mi generación son algo que “se les supone”, o sea.
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