Nuevo parte médico del papa Francisco leído en la prensa: “Se levanta y desayuna en un sillón”. Lacónico, desde luego. Es como preguntar: “¿Qué hora es?” y que contesten “Manzanas traigo”. Eso solo sería aceptable si alguien al que le lanzásemos la pregunta no oyese bien. Me vienen a la cabeza dos baturros que se habían pasado la mañana intentando buscar caza por el monte y se les vino encima la hora de comer. Ambos cazadores llevaban zurrones con comida. Estaban algo alejados. En un momento dado, uno de ellos le gritó al otro: “Qué, comemos?”. Y el otro cazador le contestó: “Como tú quieras”. Por salir de dudas, el primero le preguntó al segundo: “De tu comida o de la mía?”. Y el otro, saliendo por peteneras, le respondió: “Mejor de la tuya, que con el aire no te oigo”. La socarronería aragonesa está presente en el hablar cotidiano desde tiempo inmemorial. La Fuente de los Incrédulos, situada desde el siglo XVII en la zaragozana Vía Ibérica junto a la esclusa de Casablanca, fue la guinda al obrón que significó hacer canal, prueba indiscutible de la llegada de aguas canalizadas a Zaragoza y la mejora de los regadíos de la zona. A aquella fuente le pusieron una inscripción socarrona: “Incredulorum convictioni et viatorum commodo. Anno MDCCLXXXVI”, que traducido significa: “Para convencimiento de los incrédulos y descanso de viajeros. Año 1786”. Posteriormente a esa fuente le cambiaron su ubicación al Parque Pignatelli y, paradójicamente, estuvo muchos años sin agua hasta su restauración en 2013. Pero la socarronería entendida como sarcasmo no es solo patrimonio aragonés. Aparece en todo su esplendor en la célebre película “Casablanca”, cuando Rick le dice a Elsa: “Siempre nos quedará París”. La socarronería más acendrada aparece, a mi entender, en un viaje de Buñuel a Calanda después de haber filmado “Viridiana” y tras su rotundo éxito de pantalla. Paseaba por la plaza contemplándolo todo y en un momento dado se acercó a saludarle un viejo conocido de ese pueblo turolense, que le tomó por el hombro y le disparó un tiro de fogueo a quemarropa: “Ya he visto la cinta. Flojica, eh…, flojica”.
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