sábado, 8 de febrero de 2014

Ahogados en la desventura




Escrito en la prensa del Grupo Z: “La infanta Cristina ha entrado a pie tras bajar la rampa en coche”. Total, once pasos. Hombre, no lo iba a hacer en parihuelas, o en silla gestatoria, ¡estaría bueno! El abogado de la hija del Rey, Jesús Silva, ese hombre que sonríe de forma estúpida cuando habla con la prensa, ha comentado “que acude bien preparada” ante su encuentro con el juez Castro. A ver, no se trata de opositar a Notarías sino de demostrar que nada tiene que ver con los oscuros manejos de Urdangarín, su marido, en Caso Nóos ni con la empresa patrimonial Aizoon (donde se desviaron fondos de las arcas valencianas y baleares) y de la que utilizaba la “Visa Oro” en compra de ropa infantil de lujo, flores, peajes en autopistas y excursiones. Y el fiscal Pedro Horrach, inexplicablemente, mantiene antes de que ésta haya declarado que la duquesa no ha cometido delito “porque la cuota defraudada es penalmente irrelevante”. Como dicen los de mi tierra, ¡qué trazas de melonar! ¿Que es para ese fiscal un fraude relevante? En el caso Nóos se han detectado posibles delitos de malversación de fondos públicos, cohecho, estafa, blanqueo de capitales y fraude fiscal. “Un lamentable espectáculo –como señala hoy Pablo Sebastián en “República.com”- adornado de toda clase de intrigas y presiones políticas emanadas de los más altos palacios del Estado, la Moncloa, desde donde el presidente Rajoy ha declarado que la Infanta es ‘inocente’ y La Zarzuela, desde donde el Jefe de la Casa del Rey Rafael Spottorno calificó el proceso judicial de ‘martirio”. Rajoy, cuya pésima gestión al frente del Ejecutivo está haciendo buena la política llevada a cabo por el infausto Zapatero, debería haber sido más prudente y no decir, como dijo, que la infanta es “inocente” antes del pronunciamiento de la Justicia. Ser imputado no equivale a ser procesado y Rajoy debería saberlo. Pero este hombre está, según se desprende, más cerca de Babia que de la coherencia Los abogados de la infanta confían en el sobreseimiento de la causa, bien ahora, en primera instancia, o más tarde mediante recurso ante la Audiencia Provincial de Palma. Pero ya conocen la maldición gitana: “pleitos tengas y los ganes”. Es una lástima que los españoles no hiciesen caso a Juan Prim, en su discurso de “los tres jamases” pronunciado en la tribuna de oradores de las Cortes Constituyentes de la Primera República: “No debe aplicarse la palabra jamás, pero es tal la convicción que tengo de que la dinastía borbónica se ha hecho imposible para España, que no vacilo en decir que no volverá jamás, jamás, jamás”. “Para rellenar esa negativa tajante (José María Pemán, “Interregno”,  Abc de Madrid, 30/04/66, p.3) se ensayó todo: se rebuscaron reyes por Europa, se trajo a un italiano, se ensayó la República unitaria, la federal, la Dictadura de Serrano… Hasta que, al fin, los nueve votos que Cánovas tenía en las Constituyentes, se fueron engordando [él, monárquico, lo escribe de paciencia y lógica] hasta producir la adhesión masiva y entusiasta que rodeó la vuelta de Alfonso XII”. Ahí comenzaron nuestros males. Fue, por decirlo de alguna manera, como la reaparición agresiva de un catarro mal curado que terminó en fatal neumonía tras el destronamiento de Isabel II, en septiembre de 1868. El posterior reinado de Alfonso XIII fue una calamidad y lo que sobrevino después de su marcha por Cartagena es por todos bien conocido: la II República, una cruel guerra civil, la tremenda represión de los rebeldes ganadores y la dictadura de un generalito que duró casi cuarenta años. Y a ese generalito de apellido Franco se le debe la reinstauración de los Borbones en España, y vuelta a empezar. Los españoles no aprendemos de la Historia. A Spottorno le preguntaría: ¿Para quién es el martirio? Sin duda para los españoles, incapaces de poder actuar frente a la corrupción de partidos y sindicatos, con un Gobierno que ha incumplido todas sus promesas electorales, con una Banca rescatada y sin intención alguna de devolver el dinero prestado por el FROB, con una industria hundida, con una clase media empobrecida y en la que están ahogados en la desventura casi seis millones de ciudadanos.

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