La primera línea del tranvía que
hizo Belloch en Zaragoza dicen que es un éxito de explotación. Pero ahora
descubrimos, según reconoce Carmen Dueso, concejala de Servicios Públicos, que
una parte importante de los viajeros nunca paga su billete. O sea, que unos
1.000 ciudadanos se montan, esperan a que arranque y se bajan en su destino final
con cargo al maestro armero, pese a que la compañía Urbanos de Zaragoza cuenta
con 6 inspectores y 12 cámaras de seguridad que observan todo lo que ocurre
dentro y fuera como si se tratase de las zonas protegidas del CNI. Pasa lo
mismo en las grandes superficies. Por mucho control que exista siempre hay
alguien que entra para dar una vuelta y sale a la media hora con tres latas de
escabeche, dos botellas de güisqui y dos bandejas de filetes de ternera
colocadas bajo la gabardina a modo de hombreras. Y no pasa nada. Y si pasa,
¿qué pasa? Este es un país de manguis a todos los niveles sociales. La gente
del común es consciente de que la vida está muy achuchada, que el sueldo sólo
llega hasta el final de la primera quincena y que, si te pillan y el valor de
lo hurtado es inferior a 400 euros, no pasa nada. Para que el valor de lo
trincado sea de varios millones de euros, y tampoco pase nada, hay que ser político,
pero no al estilo de Martín Villa que, como hoy recuerda Antonio Burgos en su
“El Recuadro” de Abc de Sevilla, ya iba en coche oficial a los 28 años cuando
era jefe nacional del SEU. Martín Villa, que yo sepa, sólo trincaba poltronas
oficiales o sillones de despacho de empresas del INI una vez privatizadas y
coches del PMM para sus desplazamientos. Para que el valor de lo trincado sea,
como digo, de varios millones, hay que ser político, mejor aún extesorero de un
partido; o estar presuntamente relacionado con ellos a modo de “correa” de
transmisión de favores (ver el rol de
los 175 implicados del caso Gürtel por
si una vez leída la relación les suena alguna de sus caras); o saber hacer
chanchullos con los ERE, (caso de Andalucía), o presuntamente trincar desde un
sindicato, como presuntamente ha hecho UGT
(también en Andalucía); o, por último, ser hijo (político, claro) del
Rey y estar imputado por presuntos excesos financieros. Montar de gorra en el
tranvía zaragozano o trincar dos latas de escabeche de Vigo o tres latas de
mejillones de Albo son cosas de raqueros. Ni siquiera son delitos, ya digo,
sino faltas. La cleptomanía sólo es un trastorno en control de impulsos
relacionado con objetos de poco valor. Además, los cleptómanos raqueros suelen
tener sentimiento de culpa, cosa que no sucede con los grandes manguis, esos
sinvergüenzas de cuello blanco, algunos también muy raqueros, que están
convencidos de que España es su cortijo. Lo peor de todo es que casi siempre
suelen irse de rositas.
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