Antón Costas, en El País, bajo el
título “El riesgo, ahora, es la crisis
social” viene a decir que la mejora macroeconómica que tanto se cacarea en los
medios, y de la que presume Rajoy, puede transformarse en un cabreo monumental
para unos ciudadanos a los que lo les llega la camisa al cuerpo ni las
habichuelas al plato. Costas pone como ejemplo el “efecto túnel”, una metáfora
que toma del prestigioso economista
Albert O. Hirsman, recientemente
fallecido. “Imaginen –dice Costas en su artículo- que van circulando por una
carretera de dos carriles, entran en un largo túnel al que no le ven la salida
y, de repente, la circulación se para. Están disgustados, pero viendo que todo
el mundo se encuentra en la misma situación, se consuelan, apagan el motor y
esperan. Estar disgustados no les lleva por sí solo a expresar su malhumor. Al
cabo de un rato observan que los coches del carril derecho comienzan a circular
lentamente. Aunque el suyo sigue parado, eso no le produce indignación; al
contrario, en un primer momento tolera la situación de desigualdad porque
alberga la esperanza de que pronto usted y los demás conductores de su carril
comenzarán a moverse. Esperanzado, pone su motor en marcha y espera. Pero he
aquí que ve que los coches del carril derecho circulan cada vez a mayor
velocidad y los de su carril siguen parados. Comienza a mosquearse y a pensar
que algo ocurre que impide que la mejora de la circulación llegue a todos. Su
tolerancia a la desigualdad comienza a cambiar. Y su malestar explota por algún
hecho menor, como que algún conductor de la derecha le hace algún gesto
provocador con la mano. O todos o ninguno, piensa. Y cruza su coche en medio de
los dos carriles”. Airear en la prensa, por ejemplo, que el Banco Santander ha
ganado en 2013 casi doble que el año anterior, por mucho que su beneficio en
España se haya reducido casi en la mitad, no alegra mucho a los ciudadanos
de un país, el nuestro, donde el dinero
que el FROB ha prestado a la banca y las cajas de ahorro para su rescate ya se
sabe que no va a ser devuelto a los españoles. A finales de julio de 2013 ya
supimos que el FROB daba por perdidos 36.000 millones de los 52.000 que se
había inyectado en algunas cajas nacionalizadas. Dicho en pocas palabras: que el Estado termine
contabilizando una pérdida depende de la evolución económica de las entidades
financieras ayudadas: si a éstas su actividad les va muy bien, podrán devolver
el dinero recibido; si les va mal, no podrán hacerlo y el Estado (es decir,
nosotros) tendrá que admitir que perderá el dinero que en su día avaló a Europa
y desembolsó a esas entidades. Seguimos atascados en el túnel y, además de
contar con 6 millones de desempleados y de estar pasándolas canutas, debemos
hacernos cargo de las empresas financieras fracasadas y asumir una deuda que
ninguno de nosotros de modo particular
hemos contraído a cambio de nada.
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