El ministro del Interior, Jorge
Fernández Díaz, ha declarado en Ávila, con motivo de la jura de la XXII promoción de ascenso en la Escuela Nacional de Policía,
que “la Policía
es una gran familia que garantiza la unidad de España”. Vamos a ver, Fernández,
a quien corresponde constitucionalmente garantizar la unidad de España es al
Ejército. No se líe, oiga. La policía está para lo que está, es decir, para
perseguir a los delincuentes, detenerlos y llevarlos conducido a presencia del
juez y que éste, en uso de sus facultades y de acuerdo con la legalidad
establecida en el Código Penal, proceda en consecuencia. A Fernández se le
calienta la lengua y dice simplezas, como eso de la “gran familia”, en un
ardiente deseo de imitar al padre Laburu con sus charlas cuaresmales. Los
vínculos que definen a una familia pueden ser de afinidad, de consanguinidad y
de adopción, y así está reconocido en la Declaración Universal
de los Derechos Humanos. Para el marqués de la Valdavia, “la familia
–decía con ardor guerrero- es una institución admirable, pero de
muy difícil manejo”. Tanto es así que en verano, cuando los madrileños hacía la gran escapada,
don Mariano Ossorio Arévalo se quedaba en Madrid a sus anchas: “El único
inconveniente de Madrid en el verano –decía- es que por las noches refresca un
poco”. Si Jorge Fernández Díaz bucease en las hemerotecas, saldría de dudas
sobre el verdadero concepto de la familia: “Mire usted –solía decir don Mariano
con aire confidencial-: hay dos cosas que gustan sobre todo a los españoles,
aunque no se atreven a confesarlo. Son los toreros valientes y las mujeres
gordas”. Todas esas cosas y otras muchas, las recordaba José Montero Alonso en
un espléndido artículo hecho a modo de elogio-funeral en ABC (22-8-69, p. 37) de quien había nacido en la
madrileña calle de Atocha un 8 de julio
de 1889 y bautizado días más tarde en la iglesia de San Lorenzo. “Esto –decía
el marqués- obliga a mucho”. Pero
dejando a un lado la figura de este añorado personaje de enorme personalidad,
lo cierto es que Jorge Fernández Díaz está imbuido por los
consejos de un cura con vocación tardía,
Silverio Nieto Núñez, su confesor, y que según leo en El Confidencial
(30.12.13) “antes de ponerse los
hábitos fue marino mercante, radiotelegrafista, policía, juez, magistrado,
profesor de Derecho Canónico, asesor jurídico y ‘fontanero’ del espionaje vaticano. (…) El paso de Silverio Nieto por la Brigada de Información de la Policía,
cuando era uno de sus agentes en los años setenta, en la época dura de la sede
franquista de la Puerta
del Sol, le ha proporcionado la suficiente experiencia como para moverse en tan
proceloso mundo de los servicios secretos”. El actual ministro, que está convencido de que Santa Teresa
intercede para España en estos “tiempos recios”, lo que debería hacer es
aconsejar que en todas las Comisarías de
barrio de las grandes ciudades se rezase el rosario en familia a la caída de la
tarde. Qué menos que rezar en familia para que a Mariano Rajoy, este moderno
don Tancredo que confía en que el país mejore sin necesidad de que él mueva un
dedo por mejorarlo, no le tiemble el pulso en estos tiempos de desabrimiento.
Ya lo decía san Ignacio de Loyola: “En tiempos de tribulación, no hacer mudanza”.
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