Leo un artículo en “La Gaceta”, “En peores plazas
hemos toreado”, firmado por Javier Torres, referido a los españoles que
vivieron la posguerra e hicieron filas
con la cartilla de racionamiento en mano en un intento desesperado de poder
llevarse algo a la boca. Han pasado setenta años y aquella situación en nada es
comparable con la “crisis” económica de ahora. De todo el artículo, me quedo
con un párrafo referido a un bando hecho público por el entonces gobernador
civil de Madrid. Dice así: “Teniendo en cuenta las circunstancias especiales
que concurren en la capital y los peligros que para la salud pública representa
la presencia y aglomeración de mendigos en las inmediaciones de servicios
públicos, toda clase de espectáculos, cafés y bares, he tenido a bien disponer
la prohibición rigurosa del ejercicio de la mendicidad”. Aunque Javier Torres
no cita su nombre, supongo que se habrá querido referir a Luis Alarcón de la Lastra, marqués de Rende y
conde de Gálvez. Es igual. El dato no tiene demasiada importancia. Lo que sí la
tiene es el bando en cuestión. El hecho de prohibir la mendicidad, alegando
“peligro para la salud pública” la presencia de mendigos por las calles en el
ámbito de un país donde no había nada de nada, y menos aún para aquellos españoles
que no se “habían distinguido” en el bando ganador de una guerra civil, me
produce urticaria y quemazón. Es, no sé, como si un empresario despidiera a un
obrero sin ningún tipo de indemnización y, a continuación, denunciase a éste
para que se le aplicase con todo rigor, pongamos por caso, la obsoleta “Ley de
Vagos y Maleantes” de 1933. Los ramalazos fascistóides todavía hoy están
presentes, mal que nos pese. Recuerden cuando Ana Botella, en 2010, siendo
teniente de alcalde en el Ayuntamiento de Madrid relacionó la suciedad del
entorno del barrio de Chueca con los indigentes y grafiteros, a los que acusó de impedir la limpieza de
las calles. Algo parecido sucederá
dentro de poco con los “sin papeles” y desde el Estado de la negación de la
cartilla sanitaria. El Gobierno le lanzará la “patata caliente” del problema a
las organizaciones no gubernamentales o al maestro armero. Hasta puede que
aparezca algún delegado del Gobierno en Madrid ordenando a las autoridades bajo
su mando pegar bandos en las paredes de las calles donde se prohíba terminantemente estar enfermo y se obligue a
ir a toser a los alrededores la
Casa de Campo, donde no se les escuche, como sugiere Cristina
Cifuentes para los indignados del 15-M cada vez que pretendan manifestarse en
libertad. La Puerta
del Sol es, por lo que se ve, lugar para el esparcimiento de los ciudadanos que
llegan de provincias dispuestos a pisar el “kilómetro cero” sin mancharse los
zapatos y para los trileros y carteristas de pequeña cilindrada. Los de gran
cilindrada ya disponen de entidades de crédito enmoquetadas y con aire
acondicionado, que siempre ha habido clases.
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