martes, 22 de mayo de 2012

El quid de la cuestión




Esperanza Aguirre debe tener dotes de profeta. Ya adelanta que habrá pitadas desde el graderío contra la Bandera, contra el Himno Nacional y contra el príncipe de Asturias. Aguirre preferiría, y así lo ha declarado a una emisora, que el partido de fútbol del próximo viernes, o sea, la final de la Copa del Rey entre el Athletic de Bilbao y el F.C. Barcelona se llevase a cabo a puerta cerrada, o se suspendiera o se jugara en otro lugar, pongamos por caso los cerros de Úbeda o en Babia, en evitación de que se pudieran cumplir sus malos augurios. A Aguirre,  por lo que se desprende de sus declaraciones, le gusta poner el  esparadrapo sobre la piel antes de que se produzca la herida. Tiene razón en una cosa de las que dijo en una emisora: "Los ultrajes a la Bandera o al Himno son delito en el Código Penal” aquí y en Francia. Tampoco ha descubierto el Mediterráneo. En cualquier caso, Aguirre puede decir lo que le venga en gana en un Estado de Derecho donde existe, como no podría ser de otra manera,  libertad de opinión y expresión, derechos fundamentales contemplados en la Constitución Española en su artículo 20 y, también, en el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.  En síntesis, todo queda resumido en la famosa frase de Voltaire: “Podré no estar de acuerdo contigo, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. Pues bien, a mi entender, en el supuesto de que durante el partido de fútbol  se produjeran silbidos contra el príncipe de Asturias estaría dentro del “guión” de cierto grupo de catalanes y vascos separatistas asistentes al encuentro y no habría que rasgarse las vestiduras por ello. Cualquier ciudadano tiene derecho a sentirse secesionista y a denostar aquello que rechaza. ¡Faltaría más! Aunque a primera vista parezca cruel, esa supuesta “incomodidad” para quienes se encuentran a gusto “dentro del rebaño” entra en el sueldo del Heredero. No todo su “trabajo” se va a reducir a soltar discursos, a acudir a ejercicios militares, o inaugurar factorías casi siempre condenadas al fracaso. Dicho de otra manera, lo que a Esperanza Aguirre le molesta en realidad, quizás me equivoque, no es que se puedan escuchar chiflidos durante la interpretación del Himno Nacional sino que se puedan producir esos chiflidos contra Felipe de Borbón en unos momentos, los actuales, tan delicados para el futuro de la Corona. Según Jaime Peñafiel, los españoles, en general aunque cada vez menos, no se consideran monárquicos sino “juancarlistas”. El futuro en España es incierto, el ciudadano vive achicharrado por los impuestos y es conocedor de que la forma de Estado se metió de matute en una Constitución  en su día consensuada desde el miedo. Ese es el quid de la cuestión.

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