Esperanza Aguirre debe tener
dotes de profeta. Ya adelanta que habrá pitadas desde el graderío contra la Bandera, contra el Himno Nacional
y contra el príncipe de Asturias. Aguirre preferiría, y así lo ha declarado a
una emisora, que el partido de fútbol del próximo viernes, o sea, la final de la Copa del Rey entre el Athletic de Bilbao y el
F.C. Barcelona se llevase a cabo a puerta cerrada, o se suspendiera o se
jugara en otro lugar, pongamos por caso los cerros de Úbeda o en Babia, en
evitación de que se pudieran cumplir sus malos augurios. A Aguirre, por lo que se desprende de sus declaraciones,
le gusta poner el esparadrapo sobre la
piel antes de que se produzca la herida. Tiene razón en una cosa de las que
dijo en una emisora: "Los ultrajes a la Bandera o al Himno son
delito en el Código Penal” aquí y en Francia. Tampoco ha descubierto el
Mediterráneo. En cualquier caso, Aguirre puede decir lo que le venga en gana en
un Estado de Derecho donde existe, como no podría ser de otra manera, libertad de opinión y expresión, derechos
fundamentales contemplados en la Constitución
Española en su artículo 20 y, también, en el artículo 19 de la Declaración Universal
de los Derechos Humanos. En síntesis,
todo queda resumido en la famosa frase de Voltaire: “Podré no estar de acuerdo
contigo, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. Pues bien, a mi
entender, en el supuesto de que durante el partido de fútbol se produjeran silbidos contra el príncipe de
Asturias estaría dentro del “guión” de cierto grupo de catalanes y vascos
separatistas asistentes al encuentro y no habría que rasgarse las vestiduras
por ello. Cualquier ciudadano tiene derecho a sentirse secesionista y a
denostar aquello que rechaza. ¡Faltaría más! Aunque a primera vista parezca
cruel, esa supuesta “incomodidad” para quienes se encuentran a gusto “dentro
del rebaño” entra en el sueldo del Heredero. No todo su “trabajo” se va a
reducir a soltar discursos, a acudir a ejercicios militares, o inaugurar
factorías casi siempre condenadas al fracaso. Dicho de otra manera, lo que a
Esperanza Aguirre le molesta en realidad, quizás me equivoque, no es que se
puedan escuchar chiflidos durante la interpretación del Himno Nacional sino que
se puedan producir esos chiflidos contra Felipe de Borbón en unos momentos, los
actuales, tan delicados para el futuro de la Corona. Según Jaime Peñafiel,
los españoles, en general aunque cada vez menos, no se consideran monárquicos
sino “juancarlistas”. El futuro en España es incierto, el ciudadano vive
achicharrado por los impuestos y es conocedor de que la forma de Estado se
metió de matute en una Constitución en
su día consensuada desde el miedo. Ese es el quid de la cuestión.
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