En economía, el punto muerto
viene a coincidir con la fecha, dentro de cada ejercicio económico, en la que
los costes totales de producción igualan a los ingresos totales por ventas.
Ello viene a cuento con el coste para los españoles del llamado Estado del
Bienestar. Se estima que el contribuyente medio en España trabaja un total de 124
días al año exclusivamente para el Estado, es decir, que el 5 de mayo es cuando
se produce su punto muerto. Hasta entonces, por tanto, se trabaja para el inglés.
Eso, suponiendo que no suban el IVA, el IBI, el IRPF, las cotizaciones a la Seguridad Social,
se establezca el “medicamentazo” y
escale sin piedad el resto de los impuestos y tasas. En ese caso, el
punto muerto corre hacia adelante en el calendario a velocidad de vértigo. En
honor a la verdad es cierto que cada día afloran más ciudadanos que reciben del
Estado sin haber aportado nada. Por ejemplo, los beneficiarios de las pensiones
no contributivas, que por desgracia son legión. Los más pesimistas, entre los
que yo me encuentro, entienden que el punto muerto de los españoles cada año se
está acercando más a la fecha de la conmemoración de los fieles difuntos, que
es el 2 de noviembre. Menos mal que una luz se ha abierto en el horizonte y que
un fulgor ya se vislumbra al final del oscuro túnel. Al fin nos hemos enterado
de que Rodríguez Zapatero, que aprendió economía en dos tardes gracias a Jordi
Sevilla, además de ser consejero de Estado vitalicio, publicará un libro sobre
economía allá por el otoño, rondando el Halloween. Estoy seguro de que el libro en cuestión
ayudará a sacar a Rajoy de su laberinto y de que el punto muerto de los
españoles retrocederá en el calendario de forma espectacular. Ya no será
necesario que De Guindos intente vender la moto a Mario Draghi,
responsable del Banco Central Europeo, como hizo días pasados en la cena del
palacio de Pedralbes junto a Fernández Ordóñez, Rodrigo Rato, Fernández
Norniella, Arturo Fernández, Esperanza Aguirre y el resto de protagonistas del último sainete bancario.
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