Lo que está sucediendo entre el
Reino de España y la colonia de Gibraltar no pasa de ser un rifirrafe
barriobajero de la más baja ralea. Tú me mojas la oreja y yo te doy un empujón.
O rozamos las bandas de estribor de los barquitos patrulleros como si se
tratase de dos machos cabríos luchando por el dominio sobre la hembra. Fabián
Picardo, que así se llama el gobernador del peñasco, debería ser consciente de
que a los españoles ya nos clarea la raspa por la gazuza y, como sucedía en la
posguerra, acostumbramos a comer sardinas frescas y, también, sardinas en
salazón, esas que se exponen en un tabal en forma de rueda en las tiendas de
ultramarinos de los pueblos del interior, cuando tenemos prohibido por causa de
la crisis económica, tal y como sucede
ahora, poder hincarle el diente al “rosbif”, al “sunday roast” y al “yorkshire
pudding”. Qué más quisiéramos nosotros
que por estos pagos lloviese con la frecuencia que lo hace en Gales y que tuviésemos
unos prados verdes donde rumiasen vaquiñas mansas, “las vacas
más buenas mozas de fondo color canela y manchas de mariposa”, como reza el
tango argentino, en Los Monegros o en Las Bardenas Reales. Pero como
casi no llueve, hay que salir a faenar
todas las noches por los mares
que casi nos circundan para que los Hijos de Carlos Albo no cierren la persiana,
como ya lo hizo Bernardo Alfageme con sus conservas Miau, y nos sigan
proveyendo, tanto a los habitantes de Calatayud como a los de Mansilla de las
Mulas, de latas de sardinas picantonas, que son una delicia para el paladar.
Nos consta que hubo un Tratado de Utrecht hace tres siglos y que el primer
Borbón instalado en España, Felipe V, concedió el Peñón de Gibraltar a los
ingleses como si ese trozo de España
fuese suyo; ¡qué digo!, como si regalar
el Peñón de Gibraltar por parte de un rey de España fuere lo mismo que conceder
el collar del Toisón de Oro a Sarkozy. Y, claro, ahora no lo sueltan y, para más “inri”, han
convertido la colonia inglesa en un paraíso fiscal. ¡Chupa del frasco,
Carrasco! Pero las aguas son españolas, los barcos llevan matrícula de Cádiz y
las sardinas pertenecen a los marineros que las saben pescar. Todo lo demás son
cuentos para asustar a sietemesinos.
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