En su “Recuadro” de hoy en Abc de Sevilla, Antonio Burgos, bajo el
título “El toreo, de esmoquin”, hace una remembranza de la cena con la que un
grupo de intelectuales de la época rindió un merecido homenaje al torero Manuel
Rodríguez “Manolete”. Sucedía la noche del 11 de diciembre de 1944 en el “salón
japonés” del madrileño restaurante Lhardy, en la Carrera de San Jerónimo.
Todos iban de esmoquin. Manolete se presentó
vistiendo traje campero negro,
camisa blanca con chorreras y botones de diamantes, capa española, sombrero
cordobés y botines negros. Y el menú de la cena: “Petite marmita. Langosta a la
americana. Arroz blanco. Tournedós financiére. Legumbres variadas. Bizcocho
helado. Tejas y Angelinas, acompañado todo ello con gran reserva Cepa Rhin,
Marqués de Riscal, reserva 1933, Campán Codorníu y licores”. El homenaje en
cuestión había sido organizado por José María Alfaro, que entonces presidía la Asociación de Prensa de
Madrid. Después de la cena se leyeron poemas de Alfaro, Marqueríe, Adriano del
Valle y Foxá. Curiosamente, aquel año
había puesto Manolete el único par de banderillas de toda su carrera torera. Fue
el 25 de octubre en un festival taurino en Arganda del Rey, donde había sido
invitado por Juanito Bienvenida. Tres meses antes, el 6 de julio, en Las
Ventas, en la tradicional corrida de la Prensa de Madrid, Manolete alcanzó su mayor gloria como torero
en una terna en la que compartía cartel con El Estudiante y Belmonte. Le salió
redondo el manejo de la muleta frente al toro “Ratón” (antes llamado
“Centello”), un sobrero de la ganadería portuguesa de Pinto Barreiros,
actualmente propiedad de Joaquín Alves Lopes de Andrade. Y sólo dos días antes,
el 4 de julio, Manolete toreo por primera vez junto a Carlos Arruza en Lisboa. En
el conjunto de aquel año Manolete toreó en 92 tardes. En la foto perteneciente al archivo de Lucio
de Sancho, y a la que hace referencia Antonio Burgos, aparecen, entre otros,
Víctor de la Serna,
Agustín de Foxá, Camilo José Cela, etc, hasta casi un centenar, que
representaban a la intelectualidad; eso sí, vergonzosamente arrodillada al servicio
de Franco. Existía otra intelectualidad, no menos importante que la “de cuerpo
presente” en aquella célebre cena de Lhardy, pero en el exilio. Al margen
de esos recuerdos, quisiera hacer una observación con respecto al artículo de Antonio
Burgos. Me encanta todo lo que escribe en Abc,
leo todos sus “Recuadros” por internet y cada día aprendo cosas que no
sabía. Pero hoy, al leer “El toreo, de esmoquin” he notado que un calambrillo
me recorría la espalda en dos momentos de su
lectura. La primera vez, cuando escribe “Como una figura de El Greco
vestida de luces, que recibía a los toros por alto con el laconismo militar de
aquel estilo: como un saludo a la romana con la muleta”. La segunda, un poco
más abajo, cuando señala: “En el restaurante histórico, media Historia del
Toreo en el siglo XX y los autores de la mejor prosa que se escribía en una
España de postguerra no tan triste como ahora la pintan, pues para ellos era el
paso alegre de la paz en una primavera que volvía a reír”. Ambos párrafos los
relaciono así: el primero de ellos con un discurso de José Antonio Primo de
Rivera, 29 de octubre de 1933, en el Teatro de la Comedia de Madrid: “Nada
de un párrafo de gracias. Escuetamente, gracias, como corresponde al laconismo
militar de nuestro estilo”. El segundo con el himno “Cara al sol”: “Volverán
banderas victoriosas al paso alegre de la paz…Volverá a reír la primavera…”. En
fin, ahí lo dejo. Sobran más comentarios.
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