Hablar de El Tubo zaragozano es
hablar de la historia viva de la capital de Aragón. Casa Pascualillo (Libertad,
5) celebra su 75 aniversario y ya tengo pensado celebrar tal ocasión echándome al
cuerpo unas “cigalas de la huerta” y algún vasito de vino. Mi economía
particular no da para más. Han pasado, como digo, muchos años desde que los navarros Pascual
Álvarez y Bruna Enrique vinieran desde Barcelona y se hicieran cargo de una
casa de comidas que entonces se llamaba Casa Martínez. Acababa de terminar la Guerra Civil y eran tiempos de tribulación y hambre de la mala. La gente, a
pesar de todo, se quitaba el frío en los enormes cafés existentes en el Paseo
de la Independencia
y la afición comentaba la última
alineación del Zaragoza FC, que ese año ascendía a Primera División. A mediados
de junio de aquel año, tras su visita triunfal a la Italia
fascista, el cuñadísimo Serrano Suñer presidía en Zaragoza una reunión de la Junta Organizadora del XIX
Centenario de la Venida
de la Virgen
del Pilar, y en el diario Abc podían leerse amplias columnas de los
intelectuales “consagrados” por el nuevo Régimen: D’Ors, Marquina, Pla, Camba,
Pemán, Sánchez Mazas, González Ruano, Foxá, Rosales, Panero, Marañón, Vegas
Latapie, etcétera. Para nuestra desgracia, se había exiliado el 80% del
profesorado universitario de Madrid, Valencia y Barcelona. Y en aquel ambiente enrarecido
brotaba como un lirio en medio de un erial Casa Pascualillo. Y por allí pasaron ilustres visitantes y casi todos
los actores que actuaban en el Teatro Principal. El actual propietario,
Guillermo Vela, nieto de Pascual Álvarez, dio un giro al negocio con el nuevo
siglo, adquirió todo el edificio, tiró tabiques y convirtió la antigua casa de
comidas en un excelente lugar de encuentro al más alto nivel pero sin perder
sus raíces. Añadió un rincón dedicado al whisky en homenaje a su padre, donde ya existen más de
800 botellas procedentes de todo el mundo. En rigor, existen dos
establecimientos en Zaragoza, Casa Pascualillo y Casa Emilio, ambos fundados en
1939, que deberían estar protegidos como el urogallo, el lince o la cardelina.
Guillermo Vela o Emilio Lacambra, responsables de ambos lugares de encuentro
gastronómico, merecerían un homenaje a la continuidad en los negocios
familiares, tarea complicada en estos tiempos difíciles.
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