Leo en Abc que “El área de
Igualdad de la organización agraria COAG ha denunciado ante el Observatorio
Andaluz de la Publicidad
No Sexista una valla en la que figura el anuncio de un
producto para el campo, al considerar que atenta contra la dignidad de las
mujeres”. ¿Y si en vez de una mujer, en el anuncio hubiese aparecido la foto de
un hombre, qué hubiese cambiado? Estamos hartos de ver anuncios con doble
sentido y no pasa nada. Los tiempos no
están como para cogérsela con papel de fumar. Acabamos de comenzar la Cuaresma el pasado
Miércoles de Ceniza y muchos ciudadanos acudieron esa mañana a los templos para
que el sacerdote les echara (con perdón) un polvo blanquecino sobre la cabeza
debidamente bendecido, asperjado con agua bendita y hasta entonces guardado a
partir de la quema de hojas sobrantes de olivo del Domingo de Ramos del año anterior, como signo
de caducidad de la condición humana. “Recuerda que polvo eres y en polvo te
convertirás” (Génesis, 3.19). Camilo José Cela, en su “Enciclopedia del
Erotismo” (Sedmay Ediciones, t.IV, p.965), al relacionar el polvo como la
cópula carnal, indica que “es eufemismo por sexualización de sentido, quizá en
presencia de metáfora formal; el polvo sería inicialmente el semen, el
resultado de la acción de copular en las múltiples metáforas de ese sentido que
la eufemizan -amolar, cascar, machacar, etc.- y, por sinécdoque, el presente u
homenaje seminal del acto y el acto mismo, como puede verse en su frecuentísimo
uso como complemento directo de los verbos ‘echar’, ‘pegar’ y ‘soltar’”. Y en
su Enciclopedia, el Premio Nobel de Literatura remata con unos versos
atribuidos a Espronceda (“La mujer”, Canto I, versos 77-80): “Si te quieres
casar te comprometes/ a pasar una vida de dolores; / nada, sigue mi plan, échala
un polvo/ y después, si pecaste, ‘ego te absolvo’”. El anuncio en cuestión
denunciado por COAG dice: “¡Agricultor!, si quieres algo mejor que un Polvo…
pide un Disperss”. Las vallas publicitarias fueron contratadas por la empresa
catalana Cequisa (Grupo UPL) para anunciar uno de sus fungicidas. Es posible
que a muchos agricultores ese anuncio les haya parecido ordinario, de mal
gusto. Lo respeto. A mí, en cambio, me
parece gracioso, de la misma manera que me parece sandunguero el chiste de
aquellas monjitas a las que les habían robado en el convento la noche anterior.
Y cuando la superiora, acompañada de otra monjita, fue a poner la denuncia en
el cuartelillo de la Guardia Civil,
la monja acompañante le dijo al sargento muy seria: “¡…y nos querían envenenar!”.
Lo dejo ahí. El final prefiero no contarlo. Es un viejo chiste donde la gracia
gravita en la ingenuidad de la religiosa.
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