Lo acontecido ayer domingo y hoy
lunes y todo lo visto en la
Primera cadena de TVE desde entonces ha sido como
volver a leer a Julia Navarro y su “Nosotros, la Transición”. La muerte
de Adolfo Suárez, un hombre del que no se hablaba ni se sabía nada desde hace
muchos años, ha despertado la “leyenda” de un mito. Sí, en efecto, fue el
primer presidente de Gobierno en democracia, impuesto por el Rey, y le tocó
bailar con la más fea la pieza más larga. Pero desde ayer, tanto su hijo como
Fernando Ónega, se han convertido en los “evangelistas” de ese nuevo apóstol
que a partir de mañana descansará para siempre en el claustro de la Catedral de Ávila, junto
a su mujer Amparo Illana y a muy pocos pasos de Claudios Sánchez Albornoz,
exministro de la República
y presidente del Gobierno en el exilio. Desde ayer, también, escucho comparar a
Suárez con Manuel Azaña. Nada que ver entre uno y otro. Julia Navarro recordaba
en su libro que Carmen Díez de Rivera acotaba la Transición “entre diez
minutos después de morir Franco y el 28 de octubre de 1982. Hoy resulta que
muchos ciudadanos, que hacen fila para ver el féretro expuesto del expresidente
en el Salón de los Pasos Perdidos de las Cortes, ni siquiera habían nacido a la
muerte del dictador, o eran muy pequeños
durante la Transición
política. Otros, sólo saben que Suárez fue uno, entre los presentes en la Cámara, que se quedó
sentado en su escaño aquella malhadada tarde de febrero de 1981. El otro fue
Santiago Carrillo. Ya sólo quedan tres jarrones chinos, hoy juntos en la foto
frente al ataúd del compañero muerto. Y como “no hay mal que por bien no venga”,
como dijo Franco a la muerte de Carrero, se está aprovechando la muerte de Adolfo
Suárez, que lleva camino de “reinar” después de morir, como Inés de Castro,
para ensalzar la figura del Rey en sus momentos más bajos según las encuestas.
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