Ayer, 2 de marzo, hizo 40 años desde los
últimos ajusticiamientos en garrote vil en España. Debido a la extraña amnesia
que padecen determinados medios, que yo sepa sólo el diario El País tuvo
memoria histórica y un recuerdo para Antich y Chez, ejecutados en Barcelona y
Tarragona respectivamente. También la Derechona y aquellos
diarios que están en su órbita detentan una carencia de memoria rayana en lo
patológico hacia todo aquello que, aunque huela a naftalina, que huele, es necesario
tener presente en cada momento de nuestras vidas aunque sonrojen. El Gobierno
presidido por Arias Navarro no llevaba ni cien días en el poder. Como contaba
el editorial de “Cambio 16”
en su número 126, sólo un mes más tarde de los ajusticiamientos de Salvador
Puig y de Heinz Chez, “la lenta y espinosa marcha hacia la prometida apertura
política en España pasa por largos vericuetos. (…) Si se cierran las puertas a
un país que crece, pueden estallar hasta las ventanas. Y así no, no”. El 2 de
enero juraba su cargo Arias. El día 4, cesaban diez ministros de Carrero y
otros cinco conservaban la cartera. El día 19, Ricardo de la Cierva ofrecía la
presidencia del Ateneo de Madrid a Cela y éste la aceptaba. El 2 de febrero,
Barrera de Irimo anunciaba que la declaración del IRPF afectaría a un millón e
personas más. El día 7, Herrero Tejedor declaraba que la pena de muerte “como
medida de prevención y de contención para la delincuencia, es altamente
positiva”. El día 26, la pastoral de
Añoveros sobre “el problema vasco” levantaba las primeras ampollas. Se le ponía
un avión desde el Gobierno a su disposición para que desapareciera del mapa vía
Roma, pero el Ejecutivo echaba el freno ante la amenaza de excomunión por parte
de Tarancón. El día 1 de marzo, el Gobierno se daba por enterado de las dos
penas de muerte. Ese mismo día, un guardia civil condenado a muerte por matar a
un capitán recibía la conmutación. De nada sirvió el escrito de trescientos
intelectuales a Franco solicitando gracia para los dos condenados, ni la
petición de monseñor Jubany y del arzobispo de Tarragona en nombre de todos los
obispos de la diócesis, que también reclamaban clemencia. Otros organismos
extranjeros se sumaban a esa petición. El día 5, sólo tres días más tarde de
las ejecuciones, se desencadenaba una serie de manifestaciones y atentados
contra representaciones españolas en el extranjero. Paros intermitentes en
Hunosa y huelga en la flota pesquera y en los taxis de Barcelona por los
precios de los carburantes. El día 6, Cela renunciaba a la presidencia del
Ateneo. El día 7, cierre casi total de la Universidad de
Barcelona. El día 15, cinco concejales de Pamplona eran suspendidos de sus
cargos por sesenta días por el motivo de no haber acudido al funeral de
Carrero; el día 17, se conocía que Julio Rodríguez fue el único ministro de
Carrero que se presentó a la policía para ofrecerse voluntario para vengar la
muerte del almirante. Comenzaba una época de nervios, secuestros de diarios y
revistas, el rebullir de ultras, la tromboflebitis de Franco, la petición de
amnistía a los presos políticos y a los exiliados incluso por Pablo VI, la
entrada en las Cortes del estudio del Estatuto de Asociaciones Políticas,
etcétera. En aquel final de 1974 ETA seguía asesinando y había muchos nervios
en el búnker como consecuencia del incierto panorama que se presentabas ante
los serios achaques y la senectud de Franco. Aquel año terminó como el rosario
de la aurora, o sea, a farolazos.
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