Ahora considera el juez del
Juzgado número 2 de Pamplona que la ikurriña colocada frente a la fachada del
Ayuntamiento poco antes del chupinazo de los sanfermines del año pasado “puso
en grave riesgo la integridad física de miles de personas”. Con los debidos
respetos hacia tal consideración judicial, ésta se me antoja como una exageración
del tamaño de aquella bandera extendida. No se trataba de un piano de cola ni
del mueble-bar de Barcina, que no sé si dispondrá de mueble-bar en su despacho
oficial, ni de la peana con la imagen en escayola de San Saturnino (patrono de
Pamplona) en un vano intento de ser trasladado de tejado a tejado por “correo
aéreo”. Tan sólo se trataba, como digo, de una bandera ikurriña del tamaño de
una colcha de cama de matrimonio de la nueva colección Textil-Hogar de Ikea. Más
peligro, a mi entender, tuvo en su día la rotura del mástil de la bandera
nacional gigante colocada en la zaragozana Plaza de España, en febrero de 2013,
por culpa del cierzo y de los pésimos materiales utilizados. Pero ahí nadie
dijo nada. Belloch, más galán que Mingo, se limitó a colocar otro mástil al
poco tiempo, dicen que más duro, y aquel nuevo mástil, ahora de aluminio,
costó a las arcas municipales 9.000 euros, que me parece otra exageración no
menor que la consideración del juez de Pamplona con respecto a la ikurriña
volandera. Pues bien, en el auto, según leo en Diario de Navarra, se da cuenta
de que “este hecho ‘puso en grave riesgo’ la integridad física de las miles de personas
congregadas en el lugar, bien por el riesgo de que la bandera
cayera sobre los asistentes o por el retraso en el lanzamiento del chupinazo”.
Hombre, el riesgo, en todo caso, se hubiese producido de haberse lanzado el
chupinazo, es decir, que el petardo desviado, una vez rebotado en la ikurriña,
hubiese cambiado su trayectoria y se hubiese colado por una ventana, o hubiese
herido a un concejal. Retrasar, como así
se hizo, el disparo del cohete fue todo un signo de sensatez. La rotura del
mástil zaragozano sí que tuvo un peligro cierto, ya que se produjo pasado el
mediodía. Sería bueno y deseable conceder a cada cosa su justo valor a la hora
de exigir responsabilidades. En rigor, los juzgados españoles llevan un gran
atasco en sus procedimientos por diversas causas que no voy a analizar. Y aquí,
en este Ruedo Ibérico, con la que está cayendo, no estamos ni para ver grandes
riesgos donde no existen ni para sentir añoranzas al estilo de la revista “Las
Corsarias”, estrenada en madrileño Teatro Martín en 1919.
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