Yo tenía entendido que el teléfono modelo “heraldo” que
tengo en mi minúscula mesa de escribir, donde sólo cabe una pantalla y un
teclado, y que es de esos que disponen de un disco para marcar, así como el
teléfono móvil que me regalaron por un día de mi santo hace ya unos años,
servían para lo que sirven los teléfonos; es decir, para hablar por teléfono
con o sin alambres. Pero parece ser que no es así, que ya no dices “aló” y que
cuando alguien pretende conectar contigo y te llama por tu nombre no le
respondes con aquello de “al aparato”, como cuentan que respondió el entonces coronel Moscardó al comandante Cartón durante el asedio en el Alcázar de Toledo.
Voy más lejos. Hoy, aunque al interlocutor no le conozcas de nada, siempre te
tutea como si le conocerás de toda la vida y resulta que alguien te está hablando con acento criollo, en
un vano intento por venderte algo de dudosa utilidad, desde Marruecos o desde la República Dominicana.
Por otro lado, vas por la calle y muchas veces tienes que alargar el brazo,
como si fueras un camisa vieja, para evitar que un peatón se te eche encima por
ir zombi mirando no sabemos qué en una
mínima pantalla. He visto tipos que se pasan en rojo un semáforo, que los
coches le avisan con el claxon para llamar su atención y que si quieres arroz,
Catalina, ellos ni se inmutan. El otro día, sin ir más lejos, estuve a punto de
terminar con una amistad que dura años por el hecho de que ese amigo se rió de
mi teléfono celular, como dicen los sudamericanos. Sí, soy consciente de que mi
teléfono es obsoleto, que es de esos aparatos estrechos en los que
hay que levantar una tapita. Pero eso no quiere decir que con ese teléfono no
pueda hablar con los bomberos, con la policía, con la vecina del 3-4-8, segundo
piso ascensor y con la Agencia Tributaria,
por ver si me piensan devolver algo en mi última declaración de la Renta. Siempre me dice una
señorita al otro lado de la línea que no, pero yo insisto por si las moscas.
Los nuevos teléfonos están esclavizando a la gente, y de qué manera.
--Ya te mandaré un wuasap
con las fotos de la primera comunión de mi ahijada. Parece un ángel.
--Verás, es que yo…
Si no tienes wuasap
no eres nadie. Antes te decían que si no entendías de ordenadores eras un
analfabeto funcional. Después, que si no sabías inglés no ibas a encontrar un
trabajo de fuste. Ahora, si no tienes wuasap
date por follado. Es el signo de los tiempos. Por eso, yo no suelo sacar mi
teléfono móvil cuando voy de paseo, no vaya a ser que alguien me llame y que,
cuando levante la tapa, el ciudadano que siga mis pasos en calidad de peatón
se desternille de risa. No se puede tener un teléfono que sólo sirva para poder
comunicarte. Aquel que te observa puede pensar que sigo anclado en el pasado. Y
no trae cuenta.
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