Muchos ciudadanos están convencidos de que los huesecillos
ahora encontrados en el madrileño convento de las Trinitarias son los de Alonso Quijano el Bueno. Este es un
país donde muchos hablan del Quijote
pero pocos lo han leído y, también, donde siempre han dado mucho juego los
huesos de los difuntos, que siempre anduvieron los familiares mudando de un
sitio para el otro; y el de los más nimios restos de los santos, siempre metidos en relicarios y que los católicos
besan con devoción el día que el calendario señala su festividad. Así, llegado
el día del patrón local, el párroco se reviste con ropas litúrgicas y da a
besar una pequeña urna de plata donde se cuenta que se guarda su falange de un
dedo meñique o el yunque de un oído. Posiblemente dentro de tales urnas no
quede nada, si es que alguna vez hubo algo. Aquí, en Zaragoza, en la cripta de
la basílica menor de Santa Engracia,
se encuentran los restos de la santa, que fueron sepultados por el obispo Prudencio, que lo era de Tarazona pero
se encontraba aquí para no sabemos qué, sus 18 compañeros (Optato, Luperco, Suceso, Marcial, Urbano, Julio, Quintiliano, Publio, Frontonio,
Félix, Ceciliano, Evodio, Primitivo, Apodemio, y cuatro más, todos ellos de nombre Saturnino. Sobre el nombre de estos cuatro últimos hay una doble
tradición, pues otras fuentes los llaman Casiano,
Jenaro, Matutino y Fausto) y las
santas masas de los innumerables mártires, todos ellos muertos en el año 304,
en tiempos de Diocleciano. Los
martirologios medievales recogen estas noticias que han llegado a nuestros
días. Y el poeta Aurelio Prudencio,
en su Peristephanon escribió: “"Póstrate
conmigo, generosa ciudad, ante los sagrados túmulos". Y los creyentes
lo hacen sin rechistar y con verdadera devoción. Pero el caso de Cervantes es distinto. Lo que desea la
alcaldesa Botella es que se sepa
pronto, antes de las elecciones municipales, que los restos hallados son los del Manco
de Lepanto en el convencimiento de que, de ser así, aumentará el número de
turistas que se acerquen al Barrio de las Letras para visitar las Trinitarias,
después de pasar por taquilla con derecho a una consumición posterior, ese
“relaxing cup of café con leche”, en un selecto servicio de ambigú que se podrá
crear al efecto. Por cierto, en la calle del Rancho, en el madrileño barrio de
Orcasitas, ya existe un bar rotulado Relaxing café. Los huesos de Cervantes, de
esa manera, expuestos en una churrigueresca vitrina, podrían formar parte de la Marca España, como las
castañuelas, el botijo, la montera, las gafas de Quevedo, la pistola de Tejero,
la rubia peluca de Carrillo, o el meyba que Manuel Fraga se puso en Palomares en un
arranque de valentía.
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